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JosÉ
DE LA RIVA-AGÜERO
mismo nombre que el indicado como su abuelo y funda-
dor, queda confirmada la filiación del propio Latcham re-
lativa a que en estos principios de la dinastía de Hurin
Cuzco, elegían al monarca las matronas del ayllo. No hay
fundamentos sólidos para dicha tesis. Ni las actividades
emigratorias y bélicas de las esposas de Manco Cápac, ni
10 que cuenta Cieza de haber intervenido una mujer de
Hanan Cuzco en aconsejar la proclamación del Inca Hui-
racocha (Señorío, cap. XXXVIII), ni menos las estragadí-
simas fábulas de Montesinos sobre Mama Cihuaco, la
consejera de su hijo Inca Roja, autorizan por sí a tras-
tornar el claro sentido de las tradiciones y de los precisos
testimonios, y a convertir en formal derecho de elección,
lo que ahí no pasa de influencia o ascendiente indirecto,
como se halla en todos los tiempos y especialmente en las
monarquías poligámicas y despóticas. Consta en cambio
la proclamación por el consejo o milicia de los orejones.
Excederse de 10 que dicen o permiten suponer las fuen-
tes históricas es afirmar lo que no se sabe, y es en con-
secuencia una ficción o imaginación caprichosa. Todo esto
proviene en Latcham de persistir en la creencia inflexible
del necesario matriarcado, siguiendo a Mac Lenan y Bac-
chofen. La etnología prueba hoy que no es fatal en to-
dos los pueblos la fase del matriarcado; así como los arios
y semitas, no la presentan, por muy lejos que en su in-
dagación se remonte, así en América nuestros incas mues-
tran desde sus comienzos el patriarcalismo, al revés de
otras naciones del Perú, según en anteriores lecciones 10
expu