EL IMPERIO INCAICO
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bre dichas, así los naturales como los forasteros, porque
ya le pareció que convenía dt1atar los términos de su reino".
Contiene estos ímpetus conquistadores su madre Mama
Huaca; mas al fin Sinchi Roja "hombre de tanto valor,
consiguió viniesen a ver a su hijo Lloque Yupanqui de
algunas provincias apartadas del Cuzco, y a todos los
señores y principales les daba joyas y ropas, de que esta-
ban muy contentos; y asímismo tuvo manera de nombrar
en algunos pueblos caciques que gobernasen, cuando sabía
que no tenía señor natural o no tal que pudiese adminis-
trala, y para esto decía que el Sol su padre le había dado
poder a él y a todos sus descendientes. Visto esto, algunos
principales venían a pedirle el señorío del pueblo donde
eran naturales, o por vía de merced o de confirmación del
cacicazgo que ya poseían. Barruntando por estas cosas que
habían de venir los Incas a señorearse de toda la tierra,
procuraban muchas provincias su amistad y alianza, y
para conseguirla enviaban muchos presentes de oro, plata
y ropa". CHistoria del 'Nuevo Y'rfundo, Libro XII, cap. V).
Cualquiera ve aquí de manifiesto los progresos y la re-
gularización de una liga feudal, con la investidura y el
homenaje de los curacazgos mediante el tributo de los
súbditos y el acostumbrado retorno de presentes por el
soberano.
Los cronistas indígenas, que no debieron conocer la
analogía tradición consignada por Garcilaso, convienen en
el ensanche del señorío incaico desde Sinchi Roja. Juan
Santa Cruz Pachacuti, vocero de las memorias de canas
y canchis, dice de aquel segundo monarca: "no entendió
mucho en cosas de guerras", mas "de todas las provin-
cias, desde Chacamarca (en el Collao) y desde los An-
garaes, le dieron presentes; y como quería hacer conquistas,
les enviaba sus capitanes. Fue hombre altivo y sacrificaba
con sangre humana". Todos estos rasgos se apartan del
tipo convencional de cura ca obscuro y pacífico, en que