Libro digital 1 TOMO-5 | Page 296

268 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO cuzqueñas a las momias de los soberanos sus progenito- res. y lo mismo que en el Cuzco y primitiva china, en Roma los poemas gentilicios no tenían escrúpulo para a- ñadirse y asimilarse los loores correspondientes a extraños o a más remotos abuelos, como ya lo advierten Cicerón y Tito Livio con sagacidad notable. Lo propio que en las canciones de gesta de la Edad Media el Rey Teodori- co toma rasgos de Atila, Carlomagno hereda a Arturo, y los cruzados repiten proezas de los Doce Pares, aunque éstos sean otras veces los reflejos fabulosos de aquéllos. Por lo que toca a la cronología incaica, hay que re- chazar la fantástica longevidad de sus monarcas, no ya únicamente en los increibles cómputos de Montesinos y en los de Sarmiento, eco dócil e irrazonado de las in- f antiles ponderaciones de los indios declarantes ante los funcionarios del Virrey Toledo, sino en los más circuns- pectos cronistas y hasta en el resumen de los quipo cama- yos de Vaca de Castro, pues por término medio vendrían a corresponder a cada Inca, en la mínima apreciación de esos testigos, cuarenta años de reinado, lo que no se com- padece en manera alguna con el curso habitual de los sucesos, ni con las revoluciones, abdicaciones y muertes violentas que no faltan del todo en los anales de los em- peradores cuzqueños. Hay que reducir a razonables tér- minos esos desmesurados períodos, como lo hacen hoy también en sus respectivas materias los egiptólogos y los mejicanistas. La antigüedad de los Incas es sí, muy a las claras, bastante mayor que la de los reyes aztecas. En mis pri- meras lecciones he expresado que Centro América y Méjico fueron los focos originales de nuestras culturas indígenas, y que en aquel primer período nos llevan una preeminen- cia impugnada en vano por las ilusiones de nuestros ar- queólogos connacionales. Pero viniendo ya a la última edad autóctona, a las civilizaciones imperiales herederas de las