262
JosÉ
DE LA RIVA-AGÜERO
Acamapitzin, los dos primeros reyes de la ciudad de Mé-
jico, y de Sahuanmachica, el primero de los caciques bo-
gotanos.
Contra el presuntuoso pirronismo histórico de los si-
glos XVIII y XIX, que negaba la realidad de todos los
fundadores, recordemos los escarmientos de la historia y
la arqueología modernísimas. Hasta en la época reciente
de Maspero y de Krall se suponían quiméricas las dos pri-
meras dinastías egipcias, las tinitas de Manetón, pero las
excavaciones de Abydos y Negadah han venido a probar
su existencia. Lo mismo ha ocurrido con los reyes caldeos,
y con las leyendas cretenses y troyanas. Y en la más co-
nocida historia europea occidental, hasta hace poco el
gran historiador Héctor Pais, siguiendo para los primeros
tiempos romanos las huellas de Beaufort, Niebuhr y otros
demoledores sistemáticos, atribuía la importancia y edifi-
cación del Capitolio a los tiempos republicanos, posterio-
res a la invasión de los galos, tratando con desdén de ilu-
sorios y míticos los recuerdos de la edad regia. Y ha te-
nido que desdecirse, sin embargo, porque las excavaciones
en el Capitolio han evidenciado la exactitud de muchos de
aquellos recuerdos. No sigamos tan equivocada senda en
los estudios incaicos. Aceptemos el dato tradicional cuan-
do no hay argumentos de peso en contrario, y antes exis-
ten presunciones razonables en su apoyo. La fundación
de la ciudad del Cuzco fué un suceso muy memorable, ro-
deado de ritos y de ceremonias religiosas "consultando los
agüeros y mirando las estrellas, en nombre del Sol y de
Huiracocha", con sacrificios y conjuros sacerdotales, co-
mo los orejones se lo explicaron a Cieza. No ha tenido
por qué olvidarse el nombre del fundador o marcayoj, que
encabezaba la emigración del clan predominante. Es mala
filosofía histórica, arbitraria y perniciosa, la de suprimir
por capricho o alarde de ingenio la intervención conscien-
te de los hombres en los acontecimientos mayores, la de