Libro digital 1 TOMO-5 | Page 288

260 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO
ñola, no he de negar hoy, en esta serena tarea histórica, a cooperar sin discernimiento en las miras circunstanciales del Virrey y sus auxiliares, ni a admitir sin rigoroso examen las tendenciosas declaraciones debidas a la pusilanimidad y el servilismo habituales en los indios.
Aunque procuro poner en guardia a los estudiosos contra los prejuicios y las ruinas del siglo XIX, sería excesivo y contraproducente rechazar el concepto de la evolución gradual, tan abonado por todas las ciencias y que tiene cumplida aplicación en este problema de la génesis del imperio incaico y del orden de sus conquistas. Hace ya más de treinta años que propuse distinguir en la historia incaica dos períodos: el de la confederación, bajo la dinastía de los Hurin Cuzco, y el de la centralización monárquica o imperio absoluto, que se afirma cuando menos desde el tercer soberano de los Hanan Cuzco. No hay que exagerar tampoco el contraste entre ambos regímenes, para no caer en el cómico desatino de un moderno peruanista que define al imperio incaico como una república confederada de ayllos libres, lo que es la caritatura más carnavalesca de aquella época que la ausencia de sentido histórico puede engendrar. Califiqué yo con alguna impropiedad al primer período de época feudal. Esto ha de entenderse con su cuenta y razón, y con mero alcance metafórico. El feudalismo propiamente dicho estriba en requisitos de complicadas jerarquías, determinadas prestaciones militares y de otros servicios, ceremonias de homenajes, y confusión entre las funciones políticas y la propiedad privada. No se han presentado íntegra y cabalmente sino en la Edad Media occidental europea, y con aproximación apenas en una edad de la historia japonesa y en otras rarísimas ocasiones del pasado oriental. Si no tuviéramos presente lo dicho, caeríamos en la gruesa confusión que hace a nuestros izquierdistas denominar feudal el sistema de nuestras encomiendas españolas coloniales. Yo llamé feudalismo