248
JosÉ
DE LA RIVA-AGÜERO
Muchos de los ejemplos que trae Latcham son de imper-
tinencia manifiesta: se refieren a regiones coma las de los
pieles rojas, y los indios de Urabá, Bogotá y Chile, que
no se hallaban en el mismo nivel cultural que los genui-
nos incaicos. No menos inconducentes son algunas de las
observaciones que presenta. La palabra panaca, derivada
de pana, hermana, no supone en su aplicación la exclusi-
vidad o pro dominio de la filiación materna, porque, a más
de sus varias acepciones, hay que atender que ha sufrido,
como casi todos los vocablos, la variación por la ley que
ciertos alemanes llaman heterogénesis de los fines y que ha-
ce tan engañosa toda superficial etimología. En latín, nepos
quiere decir a la vez nieto o sobrino; y procediendo a la ma-
nera de Latcham, podría deducirse de allí que los roma-
nos históricos no distinguían a los hermanos de los hijos,
a los colaterales de los descendientes, no obstante estar
demostrado su sistema patriarcal. La diversidad de apela-
ciones entre los hermanos para la lengua quechua (buau-
qui, pana, tura y ñaña), según el sexo del que habla y el
referido, y la de los hijos legítimos, naturales y adoptivos,
de varon o de mujer, no tienen tampoco el carácter ex-
cepcional en el Perú ni en América que han querido ver
algunos, ni son indicios de absoluta uterinidad, porque pre-
cisamente suponen la coexistencia de ambos sistemas de
parentesco, el varonil y el femenil, y porque se advierten
en lenguas europeas como la vascuence.
La vida de las sociedades primitivas, menos atareadas
que las actuales y muy propicias a la invención verbal,
desarrolla los varios términos de parentesco, sin que tal
proliferación de nombres esté indisolublemente unida al
sistema de filiación matrilinial. Los griegos homéricos dis-
tinguían, entre las cuñadas, las einateres, mujeres respec-
tivas de varios hermanos, y las galoi, vínculo de una her-
mana con la mujer del hermano. La primera corresponde,
por la gradaCión eufónica del griego al latín, a las janitri-