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JosÉ
DE LA RIVA-AGÜERO
o guarniciones de fronteras, que hubieron de multiplicarse
en las épocas posteriores. Muy claro dice Cieza que eran
nobles de primer grado, o sean Incas "los que vivían en
la parte del Cuzco y sus descendientes". Garcilaso, a pe-
sar de su ingenuidad y errores, artibuye el privilegio del
incazgo o dignidad nobiliaria superior a concesión de Man-
co Cápac, pero sólo a sus primeros vasallos. Sin reparar
en tal limitación y en el sello hereditario y local, hay pe-
ruanistas que equiparan los incas de privilegio a los mo-
dernos lores ingleses, creados por el Rey de Gran Bretaña
en atención a sus méritos y talentos individuales. Tal
paralelo es una caricatura, de falsedad clamorosa, perju-
dicial en alto grado porque perturba toda recta compren-
sión de la sociedad incaica.
No menores despropósitos se han acumulado para
negar la personalidad de Manco Cápac. A no ser que pro-
fesen ciertos críticos una especie de absurdo ateísmo his-
tórico, y expliquen los movimientos de las naciones y
los combates de las tribus, por impulsos colectivos tan
inconscientes que para nada requieran la existencia de je-
fes o conductores, habrá que reconocer que la emigración
de Pacaritambo al Cuzco y los conflictos de los ayIlos
debieron de producirse bajo el mando e iniciativa de los
respectivos curacas. Al que predominó, la historia incaica
10 conoce bajo el nombre de Manco Cápac; y no es ra-
cional objetarle o regatearle denominación tan añeja y con-
firmada. González de la Rosa se obstinó en tenerlo por
un ser mítico y epónimo, cuando las pormenorizadas cir-
cunstancias de su itinerario tal como aparece en las Infor-
maciones de Toledo, el carácter totémico y propio de su
primer nombre, que no tiene ninguna de las condiciones
de los epónimos, y el culto privado especial y gentilicio
de su estatua, en todo igual al de sus efectivos sucesores
y diferentísimo de las divinidades generales, nos están gri-
tando su concreta personalidad. Es de extraña incongruen-