EL IMPERIO INCAICO 243
Es necesario carecer de todo sentido histórico, del instinto de los orígenes y de cuanto denominaron los románticos apreciación del color local, para imaginar que en un imperio primitivo y semibárbaro, embebido aún en exclusivismos de razas, brotado entre guerras y conquistas, pudiera haber una jerarquía de nobleza fundada en puros méritos personales. La estratificación de las clases fue, sobre todo a los principios étnicos, de fatalidad hereditaria: aristocracia verdadera de sangre, gentilicia, fisiológica. Todos los de la nación inca se sentían parientes, porque constituían gentilidades derivadas de antepasados reales o simbólicos; tenían distintivos semejantes( las orejeras y el llauto); númenes peculiares, cuyos sacerdotes eran privilegiados( por ejemplo, el ayIlo de Tarpuntay para el Sol y Huiracocha, y la descendencia de Ayar Uchu para la piedra de Huanacauri). De los incas inferiores u orejones de segunda clase, salían los inspectores o visitadores del imperio. Cuando se emprendía una campaña, formaban el cuerpo principal del ejército, algo muy parecido a la guardia noble de otras monarquías, o a los melóforos e inmortales de los persas aqueménides. Sólo ellos podían recibir la investidura del huarachicuy, correspondiente a la iniciación en esta orden de caballería hereditaria o milicia especial, que no era en suma sino la nación de los incas armada. Consta que el ídolo de Huanacauri, custodiado por los aIlcahuizas, se llevaba aún a las expediciones más lejanas, a manera de paladión. Cuando los dominios incaicos se extendieron, hubo, es cierto, altos jefes alienígenas, gobernadores de provincias o capitanes de millares, que no eran incas ni a veces quechuas, y feudatarios como el Gran Chimú y el cura ca de Chincha, conducidos sobre literas de honor en el séquito imperial; pero nunca se ve que alguno de estos luciera el privativo título del Inca, que correspondía sólo a los orejones cuzqueños, bien residieran en la capital y sus cercanías, bien en colonias de mitimaes