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JosÉ
DE LA RIVA-AGÜERO
to que merecen los principios de las grandes cosas, la es-
trecha cuna de los grandes imperios, estudiaremos lo que
era el Cuzco antes de su población por Manco Cápac y
los clanes incaicos.
Hasta hace poco la imprudencia y la sobra de fan-
tásía de algunos arqueólogos sustentó, en una artificiosa
y retumbante división cronológica de estilos de arquitec-
tura (primitivo, ciclópeo, poligonal, rectangularalmohadi-
lIado y pulido isógono), la teoría del Cuzco preincaico mul-
timilenario. Siguiendo la moda antojadiza y violentando los
textos, ya de por sí tan inseguros, de Montesinos, llegaron a
devanear un vasto imperio aymara, cuyo centro imaginan en
el Cuzco primordial. Se va imponiendo al cabo el buen sen-
tido contra tales quimeras; y la crítica proclama ahora que
en el Cuzco, como en todas partes, han podido y debido si-
multáneamente emplearse varios aparejos de construcción,
los cuales no son por consiguiente criterios bastantes para
diferenciar épocas. Aduciré sobre esta materia una anéc-
dota personal. Hace ya veinticinco años, visitando las rui-
nas cuzqueñas, discutía yo el punto con los arqueólogos
locales, y me resistía a considerar preincaico 10 que era
megalítico o de grueso aparejo, sin otra mayor razón de
primordialidad. Ell~s se aferraban a su doctrina, que les
permitía multiplicar siglos y ahondar la perspectiva pres-
tigiosa. De repente, descubrí en un lienzo de pared el
argumento más eficaz para rebostucer mis dudas. La parte
superior de un muro era poligonal, y la inferior pulida.
No era posible suponer que lo más viejo, lo pretenso pre-
incaico, se hubiera conservado pendiente arriba, mientras
los posteriores incas renovaban la parte baja. Mi contri-
cante no cedió, y alegó confusas razones. Al presente,
como los demás, está convencido de la simultaneidad de
sistemas en las construcciones incaicas. Ojalá persevere en
el buen rumbo. Mucho tiempo y esfuerzos se han mal-
gastado antes de aceptar lo que era rasaltante, de reful-