EL IMPERIO INCAICO
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sin ningún género de duda relacionado también con la
'meseta del Titijaja, cuyo distintivo conocídisimo fue en
todos los tiempos.
Estos arcaísmos tiahuanaquenses, estos visibles nexos
con los mitos del gran lago, venidos de Centro América,
e incluí dos en la liturgia y herencia de Huiracocha, nos
presentan a los incas desde el principio en su verdadero y e-
sencial carácter de restauradores. Ya muchos añejos analis-
tas, como Cobo y Montesinos, lo apuntan. Los incas, vásta-
gos fieles de un mundo anterior, salvados de una catástrofe
o diluvio social, representan una reacción neta, un decidido
retomo a la unidad, al culto, arquitectura y supervivencias
tiahuanaquenses, después del período de semiolvido, frac-
cionamiento, degeneración y barbarie, cuyos antagonistas
francos y triunfadores fueron. El mundo incaico significa
un renacimiento, algo atenuado, de Tiahuanaco. Libres
nosotros por fortuna del progresismo unilateral y superfi-
cial . del siglo XIX, podemos apreciar desde luego esta
primera nota resaltante en la organización incaica, y com-
prender la necesidad y méritos de los que Vico llamada
ricorsi, a menudo indispensables y redentores. Después de
las épocas mezquinas, confusas y anárquicas, la reacción
equivale a mejoramiento, salud y regeneración. He aquí
una de las más útiles enseñanzas de la protohistoria pe-
ruana.
V
CUZCO PREINCAICO.- SUS POBLADORES.-
FAMILIA AGNATICA O UTERINA EN LOS
A YLLOS DE LOS INCAS
Hemos tratado ya del origen de los incas, de sus
probables nexos con los anteriores culturas peruanas, de
su emigración del Titijaja a Pacaritambo y, tras largo in-
tervalo, de Pacaritambo al Cuzco. Hoy, con el detenimien-