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JosÉ
DE LA RIVA-AGÜERO
propuesto. Pretender que Ayar no se deriva aquí de aya,
muerto, sino de la denominación aymara y quechua de la
quinua silvestre, y que Ayan Cachi y Ayar Uchu quieren
decir por consiguiente quinua con sal y quinua con ají,
es un pueril despropósito para los hechos históricos que
narramos. Más que a etimologías plausibles, se asemejan
estas hipótesis risiblemente a recetas de cocina indígena.
Ni es menos disparatado aducir, con los mismos arqueó-
logos, que expresan esos nombres la introducción en tie-
rras cuzqueñas del procedimiento momificador, y del uso
del ají y de la sal, porque en el Perú se sabía embalsamar
desde los lejanísimos tiempos de la cultura de Nazca, y
porque la agricultura y la explotación de las salinas no eran
tan recientes en la región cuzqueña, de antiguo civiliza-
da aunque entonces decaída. Otro general desbarro es tener
a los allcahuizas por aborígenes del Cuzco. Palmariamente
demuestran las Informaciones de Toledo que los allcahuizas
eran ni más ni menos que los miembros de la tribu de
Ayar Uchu. Su nombre proviene de allicac (noble, dis-
ti guido, de buen proceder). Bajo la primera dinastía, for-
maban uno de los ramos o bandos más poderosos de la
nación inca. Eran los guardianes del gran templo de Hua-
nacauri, y allí tenían por totem a un gavilán. Ya hemos
explicado el quechuísmo de Alpitay, designación arcaica de
aquel santuario. Tribu sacerdotal y privilegiada siempre,
aun después de haber perdido su antigua hegemonía, tué-
tano de la primitiva confederación incaica, es en extremo
singular y paradójico que algunos escritores cuzqueños la
reputen hoy aymara. No es menos inexacto y reparable
que ateniéndose a las expresiones literarias de un texto de
Sarmiento, contradicho por otros anteriores del mismo y
rectificado al margen, a ruego de los indios nobles, en las
Informaciones de D. Francisco de Toledo, por el Secre-
tario General de Virreinato, Alvar Ruiz de Navamuel, se
repute a ios antasáyaj como autóctonos del Cuzco y ex-