Libro digital 1 TOMO-5 | Page 256

228 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO y ante el cual erigieron en los tiempos imperiales un gran templo y palacio. Esta idea de nacer de las cavernas, que fueron sin duda sepulcros, de sus progenitores, está difun- dida en todas las razas andinas del mismo tronco, y re- cuerda el mito de los siete linajes nahuas, las siete cuevas de Chicomóztoc. En el cerro famoso de Pacaritambo hay tres ventanas: ?r1aras-tojo, venerada como solariega por los maras, que hallaremos al norte del Cuzco, vanguardia de los inmigrantes; Sutij-tojo, oratorio de los tampus, que habitaron Pacaritambo y se dilataron en la quebrada del Urubamba; y el nicho principal, Cápac-tojo, venerado co- mo origen de las cuatro parejas de Ayares, que simboli- zaban los cuatro ayllos o tribus de los incas propiamente dichos. Los cronistas convienen en que de Pacaritambo partieron, y en que al mismo tiempo procedían del lago Titijaja, que fueron hijos del Sol (lntip-Churin) y que los creó Huiracocha, directamente o entregando su sagrada vara y sus leyes al curaca de Pacaritambo, padre de Man~o Cápac y los otros Ayares (Cieza, Cobo, Sarmiento, Be- tanzos, Pachacuti Salcamayhua, etc.) tantos y tan autori- zados relatos vinculan ambos arígenes, el inmediato de Pacaritambo y el remoto del Titijaja o de Huiracocha,dios del Collao, que hay que rendirse a la evidencia de tal ne- xo, por más que Uhle se empeñara en tenerlo por contra- dictorio, sin aducir razón alguna para tan peregrina y ca- prichosa tesis. Los Incas sostuv