EL IMPERIO INCAICO
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se aplica en quechua a los simples, y por metáfora a los
primerizos, recién destetados, o por último, a los madu-
ros, tardíos, hartos u otoñales. Quedarían con significa-
ción aymara probable (quizá es también quechua) los laris
(cimarrones, gentes sin gobierno), calificativo que ha de-
bido aplicarse, desde el punto de vista coUa, a figitivos o
alienígenas. Nótese además que los hualIas obedecían como
a peculiar curaca, estando a las informaciones españolas,
a un Apu Carhua (jefe pálido o lívido), de apelativos muy
castizamente quechuas; y que su adoratorio o pacarina,
cuando no se permitía poseerlas a las razas extrañas dentro
de la comarca del Cuzco, estaba en la inmediata quebra-
da de Patal1ajata y lucía el título de Antuiturco, que pro-
vendrá, según la lección que se prefiera, de anti y de las
raíces quechuas turpo, hincar o punzar, u orco, cerro.
Los aymaras se hallaban entonces en la cumbre de su
poderío, coincidente con la extensión de la cultura de
Tiahuanaco. Cuando la sagrada ciudad del CoUao estaba
abandonada, cuando su estilo retrocedía y se apagaba,
hasta desaparecer o poco menos en alfarería y tejidos, los
aymaras -consecuencia lógica y comprobación de mi hi-
pótesis- se dilataban por varios siglos, en esta especie de
barbarie medioeval, desde Atacama y Arequipa, hasta la
cuenca del Beni, desde Chuquisaca hasta veinte leguas al
sur del Cuzco, conforme textualmente lo consignan los
relatos de Sarmiento de Gamboa. Hacia el siglo XII nos ha-
lJamos en la comarca de Paruro, fronteriza de las provin-
cias quechuas por antonomasia, con la tribu de los incas,
hermana de los otros orejones: chilques, mascas, acoma-
yos, cahuinas y tampus, vestida y tocada como ellos; que
emprende su imigración al Norte en busca de tierras férti-
les. El lugar de Pacaritambo, desde el que iniciaron los
incas su itinerario histórico, está a cosa de siete leguas al
suroeste del Cuzco. Se levanta allí el cerro de Tamputojo,
que era la pacarina o solar del que creían haber salido,