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JosÉ
DE LA RIVA·AGÜERO
iguaL No basta que coinddan en cerámica geométrica. La
alfarería de toda esta porción de las Costa, al continuar
la persistente herencia de Nazca, ha tendido de continuo
a esa ornamentación estilizada y geométrica, en contraste
con la chimú, que en todos sus períodos, desde el protoi-
de, se inclina a los figurativo y escultórico. La zona de
transición o de eclecticismo entre ambas ya dije que se
hallaba en Lima, particularmente en Nievería, ciudad ya
abandonada cuando la venida de los españoles.
Los chinchas, al combatir con los chancas, padecían
los lejanos efectos de la invasión colla. Corrobarando mi
tesis, no son los aymaras los que nos han trasmitido el
vetusto y casi olvidado nombre de Tiahuanaco (Chucara),
siho un quipucamayo de la región quechua alto peruana
de Cochabamba, llamado Catari, con nombre totémico que
es también quechua y relacionado con el culto a Huiraco-
cha (Catari, significa serpiente en ambos idiomas). Por
el cronista jesuita Padre Anello Oliva nos consta que re-
fería Catari ser Chucara y Chuncara, el nombre primitivo
de Tiahuanaco, muy explicable dentro del quechua: del
verbo chocarcarini, apedrear, o cbucuni, temblar de viejo,
o del· número diez, cbunca, base del sistema de contabi-
lidad, y de la partícula raj, antes. En puquina será chu-
cara casa del Sol; pero de ningún modo en aymara, en
que casa es uta o uyu. Para Catari (( el señor de Tiahua-
naco y de todo el mundo" (¿dios o marca?) se decía Hu-
yustus, que parece provenir de los vocables quechuas ulfu
o u11uni, fuerza viril y fecundación, como se colige por el
signo de una piedra rota de aquellas ruinas. El mismo Ca-
tari nos cuenta que el dios Huiracocha fue apedreado en
Copacabana, al lado de Tiahuanaco, y en Ilabaya de Lo-
cumba; estos dos últimos sitios de etimología aymara (ori-
ginados de las raíces ilave yaya, y de rucumpa) y en la
comarca donde vivían desde antaño los callas. Otra Chu-
cara había precisamente al norte del Collao, no lejos de