EL IMPERIO INCAICO
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mas, en más de veinte vidas más antiguos que los Incas".
Realizaron así los costeños por esa época su unidad cul-
tural y política. La continuidad lingüística de los chibchas
es clara hasta el golfo de Guayaquil cuando menos. La
del mochica con los dialectos guayaquileños yde la Isla
de Puná, no está aún patente i pero insisto en las analo-
gías centroamericanas apuntadas. No tardaron mucho los
valles centrales de Lima e lea en segregarse de Chanchán:
la fortaleza de Paramonga, cuyas obras defensivas miran
al Sur, se ha considerado con razón como la defensiva
frontera entre los estados chimús y el señorío de Cuisman-
go. Bandelier ha moderado y enmendado las exageracio-
nes de otros peruanistas sobre la población de las metró-
polis costeñas. Pachacámac nunca pudo abrigar más de
30,000 habitantes i y Chanchán propiamente llamado, me-
nos del doble, porque entre sus edificios se intercalaban jar-
dines, huertos y tierras de cultivo. Antes de la conquista
incaica, había llegado Chanchán a tal decaimiento que
pagaba tributo al congénere Guzmango de Contumazá.
Otra invasión tan indudable como la de Naymlap en
el Norte, fue la de los chinchas en el valle a que impu-
sieron su apellido, acreditada por los textos de Cieza y
Garcilaso. Recordaban proceder de lejanas tierras, haber
dominado y exterminado a los oborígenes, de muy baja
estatura, y haber extendido su señorío por los valles de
Pisco e lea, y sus correrías por las alturas de Huaytará y
las punas del Collao. La última leyenda, impugnada por
Garcilaso, que la declara fanfarrronada mentirosa, necesi-
ta explicarse, tomando en consideración que si, como es
verosímil, ascendieron de lea al territorio chanca, y de
Nazca a Cotohuasi y CaylIoma, se encontraron efectiva-
mente con poblaciones hermanas de los callas, que habla-
ban el aymara, y que poco o nada diferían de las del
Altiplano. La pretendida hermandad de los chinchas con los
tan ascendereados atacameños, no me conviene en .grado