EL IMPERIO INCAICO
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nen por esta deformación sus semejantes hacia Arica, Pi-
sagua y Antofagasta, precisamente estas regiones, según
mi hipótesis, son las de su oriundez (XIV).
Todo este cúmulo de pruebas, tradiciones y conje-
turas, que ya hizo a Tschudi adivinar una solución muy
próxima a la que expongo, ha llevado hasta al mismo Uhle
a aceptar la grande e histórica invasión venida del Sur,
única manera de explicar racionalmente la súbdita interrup-
ción de los edificios y estilos de Tiahuanaco. Atribuye es-
ta invasión a los atacameños, cuyos últimos representantes
habitan las cercanías de la comarca solariega ubicada en
Cari por Cieza. Los atameños llegaron hasta el norte de
Cobija a principios del siglo XIX (Ver D'Orbigny) (XV).
Si fueran aymaras o progenitores de ellos, la cuestión se
resuelve: ya no habría divergencias. Pero su lengua, la
(unza, no presenta mayores analogías con el quechua ni
con el aymara. Apenas hallo, entre muchas disparidades,
la raíz atacameña tócor o tócol (hoyo, hueco, profundo)
que corresponde al cbinatoc{ue aymara y al tojo quechua
(nicho o alhacena); la de caicbi, piedra, que se hermana
con la cala o tajsi aymara; y capur (grande), que se ajus-
ta al tác{uet aymara, y al játun y jápaj quechuas. Nada de
esto es bastante, ni con mucho, habiendo en lo demás tan
numerosas discrepancias. Insisto en que las etimologías
aisladas son ineficaces e ilusorias.
Como por otra parte la genuina alfarería de Atacama
no es idéntica a la colla-chulpa, y más se relaciona con
la de los juríes y diaguitas, y como las toponimias atacame-
ñas expresadas por Uhle se muestran en mucho fantásticas
-es risible que declare atacameños los tan españoles nom-
bres de Oquendo y Matute-, no pecará de irrespetuoso
e infundado desconfiar de esta su hipótesis, iniciada por
Von Buchwald y todavía inciertísima. El parentesco íntimo
de atacameños y diaguitas con algunas tribus chilenas apa-
rece muy satisfactoriamente comprobado por D. Ricardo