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JosÉ
DE LA RIVA-AGÜERO
inmediato valle de Pachacámac, ha descubierto los restos
de la alfarería tiahuanaquense. En la región de Quito el
dios peregrinante Huiracocha tuvo sus piedras sagradas en
la llanura de Callo y a media legua de Ambato, y hacia
el Cañar, en Gonzamana. En Cundinamarca el dios Bó-
chica, en viajes, hechos y hasta nombre tan parecido al
quechua Huiracocha, que se presenta como su lógica con-
tinuación, no carece de la consabida piedra labrada en Izá.
Este vasto repliegue de los tiahuanacos es como una ré-
plica o eco de la huída de QuetzaJcoalt, desde Tula a
Cholula en el Anáhuac; y de su penetración en el Maya-
pán yucateca y en Guatemala. Razas hermanas las cuatro,
quechuas y muiscas, mayas y nahuas, presentan leyendas
y destinos concordantes.
Las diferencias de los aymaras con los quechuas y
los antiguos tiahuanacos se ofrecen insalvables y eviden-
tísimas. Los aymaras son mucho más bárbaros, robustos,
prolíficos y fieros que los quechuas. Los quechuas y los
incas los han considerado siempre como raza lerda e infe-
rior, indómita y temible. (Véase Huaman Poma de Ayala).
De las desemejanzas de ambas razas que consigné en es-
critos anteriores, no tengo que rectificar sino lo tocante
a la amplitud toráxica: en vista de modernos exámenes,
parece comprobado que el mayor perímetro toráxico toca
a los aymaras, lo que demuestra que han vivido largo tiem-
po en grandes alturas, como son las de Oruro, Potosí, Lí-
piz y la puna de Atacama. Los callas o aymaras no se
vestían con las túnicas de las estatuas de Tiahuanamo, ni
éstas presentan la deformación craneana saytauma, propia
de la raza colla; se entienan en chulpas, colocando a los
difuntos en cuclillas, mientras que las necrópolis de Tia-
huanaco pertencen a otra manera de enterramiento, el ho-
rizontal. La cerámica tiahuanaquense es muy distinta a la
geométrica