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JOSE DE LA RIV,b\CÜERO
Huiracocha ( a ojos vista aprendido de los quechuas),
sino l' abuacapa o Arnabuan. Tales eran sus denominacio-
nes aymaras específicas; y el Padre Las Casas nos refiere
que precisamente Huiracocha tuvo un hijo ingrato e infiel,
llamado Tahuacapa. El dios lo arrojó hacia el mar, a las
orillas del océano, en castigo de sus maldades; pero no
murió, sino que regresó, según muchos otros textos de
cronistas, para substituír y remedar a Huiracocha. Pocas
leyendas podrán hallarse más reveladoras y esotéricas. El
mito rasga aquí sus velos.
El dios Huiracocha, blanco y barbudo, dispone la de-
solación de Tiahuanaco, por la desobediencia de sus ha-
bitantes, a quienes convierte en piedras. Se retira hacia el
Norte, seguido de sus fieles, vestidos como él de ropas
blancas, anchas y largas, de túnicas como las que mues-
tran las estatuas de Tiahuanaco, y como en pleno régimen
incaico y quechua las usaban los del ayllu de Tarpuntay,
sacerdotes quechuas de Huiracocha y del Sol. Las barbas
leyendarias se derivan de la corona que circunda al dios
en la portada de la Acapana. En la misma hay un pescado
o serpiente, reminiscencia del dragón maya, del Cuculcán
que, como Huiracocha, produce los astros. Cuanto a los
aymaras o colIas, a Cieza le contó Cari Apaza, el curaca
aymara de Chucuito, que sus progenitores vinieron desde
Coquimbo; y exterminaron en las orillas y las islas del
Titijaja a los hombres blancos y barbados, o sea a los
huiracochas. En las Relaciones yeográficas los aymaras
confesaron no ser originarios del Titijaja, sino provenir
unos de las punas de Caranga, y otros de la parte oriental
en la laguna de Chucuito, lo que parece indicar el camino
de Candarave o el de Omate, Carumas y el valle de Tam-
bo, regiones todas esencialmente aymaras. Esto concuerda
maravillosamente con el sentido de la emigración, revelada
por Cari Apaza. El Yamqui Pachacuti Salcahayhua (por
canaycanchis de raza bastante aymara) (XI) confirma dicha