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JosÉ
DE LA RIVA-AGÜERO
reacciones de metalurgia, y llevaron dichos utensilios hasta
las serranías cañaris y quiteñas. El azufre tiene nombre es-
pecial en quechua. Se dice sallinarumi. No sé que 10 ten-
ga en aymara.
La lingüística nos esclarece también el origen racial
de las divinidades de esa crepuscular época. No puede
aceptarse cierta teoría del siglo XIX, que pretendió despo-
jar a los mitos de todo contenido histórico, limitándolos a
reflejos verbales o de fenómenos físicos. En la mentalidad
prehistórica y protohistórica, la vida y hechos de un dios
y sus emigraciones se confunden con los eventos y alterna-
tivas de sus adoradores. El más antiguo númen de la mi-
tología peruana parece Con, que en el relato de Cómara
viene del Norte, creando, poblando y civilizando, y que
convierte a los rudos y vencidos aborígenes en animales
negros. Es la primera advocación que en nuestra Sierra a-
dopta la misma divinidad colonizadora y benefactora de
toltecas y mayas, el dios serpiente, que en efecto se llamó
entre los mayas Can (Cuqui-cán o Cuculcán). Recorde-
mos el culto a la serpiente o dragón en Chavín y en toda
ia Costa. Con la fundación y el apogeo de Tiahuanaco,
se presenta la segunda advocación, Huiracocha, cuyo rum-
bo en el Perú, el Ecuador y Cundinamarca, es ahora al
revés, de Sur a Norte. Hay algo puramente mítico en es-
te rumbo, pero también la indicación de un hecho difu-
sivo muy real. Huiracocha es sin duda el ídolo supremo de
Tiahuanaco. Lo pregonan los monumentos y los primitivos
cronistas, en forma muy categórica. Uno de los mejores
arqueólogos peruanos, el Dr. Tello (coincidiendo con una
antigua conjetura mía de 1906) lo cree el dios del cielo o
del vie.nto, representado por el jaguar y el Cóndor. Otros
se inclinan a especificarlo como el dragón celeste, el coco-
drilo de la tempestad, simbolizado en dichos animales y
la serpiente. Puede haber divergencia sobre la primera par-
te de su nombre, sobre si buira es apócope de buaira