EL IMPERIO INCAICO
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periféricos. No por otra razón retuvo el lituano en plena
Edad Media su extraordinaria semejanza con el primogé-
nito sánscrito, tan curiosa y sugestiva. Así también, el do-
rio es más arcaico y áspero que los otros dialectos heléni-
cos, precisamente por haber sido los dorios los últimos en
invadir la Grecia continental. ¿ Qué pensaríamos del filó-
logo halenista que fundándose en los arcaísmos del habla
doria supusiera a esta raza de cultura más antigua que a
los aqueos homéricos? El quechua se nos presenta más ela-
borado que el aymara, más rico en palabras y acepciones,
y hasta en nombres de parentela paterna, y menos pródigo
en sinónimo~ inútiles y broza primitiva, porque ha servido
de vehículo a una cultura más dilatada y que ha conocido
mayores vicisitudes que la mayoría, y no porque en el
árbol genealógico de los idiomas andinos carezca de per-
fecta y equidistante colateralidad con éste.
Uno de los más útiles resultados que para la historia
produce la comparación de las lenguas, está en los térmi-
nos que expresan los adelantos culturales. No nos cabe
duda que los arios eran pastores y poseían ganado vacuno,
porque la palabra sánscrita gaus corresponde al bous griego
y al bos latino, lo que demuestra que en el primitivo idio-
ma común existía el nombre. Apliquemos el procedimiento
a nuestro caso, por el método inverso. El cobre era cono-
cido y trabajado por los tiahuanaquenses. Los quechuas
lo llaman anta, pero los aymaras, confundiéndolo con el
oro, lo denominan, como a este metal, jori. Entonces, ¿cuál
fue el pueblo predominante en aquel imperio, el que posee
vocablo determinado para su metal favorito o el que lo
ignora? Prosigamos el examen. A fines de la época de Tia-
huanaco principia en el Altiplano el uso del bronce, por
la aleación con el estaño, que es para él chayanta o yu-
rajtiti, del plomo, que designa como titi o llasa. El aymara
confunde ambos metales dentro del común término malla.
Los habitadores de Tiahuanaco utilizaban el azufre para