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JosÉ
DE LA RIVA-AGÜERO
te precedencia en la evolución de las culturas. Cierto que
según los casos arriba citados, el vocablo quechua es a me-
nudo más grave y tiene menos vocales que el aymara:
cúntor, que es cóndor en quechua, da en aymara cumduri;
el camaj y el páchaj quechuas, corresponden en aymara a
camaca y pataca. Se puede advertir desde luego que no
siempre ocurre así, que a veces la forma quechua retiene
letras perdidas en el aymara. Pero 10 substancial es que
no puede hoy aceptarse en lingüística la precedencia ab-
soluta en el tiempo de las formas largas sobre las cortas,
hasta el extremo de tener por lengua madre la que pre-
sente palabras o raíces más extensas. El sánscrito, que las
ofrece, es hermano pero no progenitor de las demás len-
guas arias. Las formas latinas suelen ser más completas o
fieles al prototipo que las griegas, sin que esto suponga prio-
ridad de la cultura itálica sobre la helénica. En el viejo
alemán o teotisco, hagl se hizo hagal, y wagn se hizo wa-
gan, como en nuestro mismo castellano medioeval host y
cort se han convertido en hueste y corte. Una lengua ma-
dre no subsiste viva con las filiales. El latín, como lengua
hablada, no coexistió con las romances. Entraña todavía
mayor despropósito histórico y mayor imposibilidad lin-
güística suponer que la pretensa lengua progenitora, en
vez de refugiarse en un cantón apartado y olvidado, se
mantuviera lozana y popular en la región más principal
y céntrica, foco del imperio, atractivo y campo de inva-
siones comprobadas, como es el caso del aymara en el
Collao. Ni siquiera el ájaro, perdido en las serranías de
Yauyos, puede ser el común tronco, sino una forma de-
rivada, pero por retrasada más próxima a nuestro hipotético
paleoquechua del primer imperio. La antigüedad o arcaís-
mo del aymara, comparado con el quechua, se explica por-
que, habiendo sido, en nuestra suposición, una lengua de
rama tiahuanaquense pero secundaria y alejada del centro,
tiene el carácter arcaico de todos los idiomas bárbaros y