EL IMPERIO INCAICO
húmedo
calor
ojo
quien
diez
honda
carbón
aficionarse
ameno
flojo o laxo
soga
leña
llano
perro
huqui
rupay
ñahui
pi
chunca
huaraca
quillimsa
munay
páucar
huaya . o huayaya
huasca o huashca
nanta
pata
allcu
209
muqui
jumppi
nayra o mami
ji
tunca
jorahua
quil1ima
munaña
pancara
jayra
ppala
lahua
laja o taya
anuo
y así se puede continuar indefinidamente. Nadie que
esté en sus sentidos cabales desconocerá 109 vínculos entre
los dos idiomas. Si es una monstruosidad hacer del que-
chua un dialecto subordinado del aymara, como algunos
(Von Buchwald) lo han estampado, no lo es menor tener
2. los dos idiomas por del todo ajenos, sin ningún paren-
tesco patente. No negaremos, con el Padre Cobo, a con-
siderar su hermandad tan íntima como la del español con
el italiano. La comparamos a la del hebreo con el árabe,
a la del sánscrito con el viejo persa; o, dentro de las co~
nocidas analogías de Europa, a la del latín con el griego,
a la del gótico de Ulfilas con el teotisco, y a la del búl-
garo con el polaco. Pero llamar al quechua un dialecto ay-
mara es tan disparatado como o sería apellidar el latín un
dialecto germánico. Negar el origen común del aymara y
del quechua es como negar la comunidad del estirpe entre
las lenguas indo-europeas.
Batidos en este terreno los aymaristas, se acogen al
argumento de las formas predominantemente largas en el
aymara, para deducir su mayor antigüedad y su consiguien-