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JosÉ
DE LA RIVA-AGÜERO
provincias enunciadas, la que por consiguiente no es ve--
tustísima. Así que no hay tal prioridad aymara en ellas.
Los idiomas andinos, y en general los americanos, son
todos parientes por la estructura, por la morfología y fo~
nética; todos son polisintéticos. Desautorizan el axioma
de Von Luschan, a saber, que hay razas aglutinantes,
porque toda la americana lo es, y en forma especialísima.
La dificultad estriba en precisar la derivación de las vo-
ces, para demostrar la filiación o la real hermandad de las
lenguas. Lo acelerado de la evolución lingüística en pue-
blos que carecen de fijeza de textos escritos y que vivieron
en gran aislamiento, produjo tal diversidad de formas ver-
bales que aún aquellos muy próximos étnicamente no se
entendían ni conservaban radicales comunes. La infinidad
de idiomas en cada provincia, y hasta en cada pueblo, cau-
saba el asombro y la desesperación de conquistadores y
misioneros. Pero, si bien se mira, entre el aymara y el
quechua, no hay ningún hondo abismo, por más que Uhle
en un estudio, el más desdichado entre todos los suyos,
no haya vacilado en declararlos del todo extraños, ajenos
uno a otro, fuera del préstamo extrínseco de algunas pa-
labras. Los demás lingüistas, en inmensa y abrumadora
mayoría, reconocen la fraternidad de las dos grandes len-
guas andinas. Hay entre ellas correspondencia de vocales,
y variación bastante sistemática de consonantes. No se
trata de etimologías fortuitas, ni de identidad de sonidos
al azar. Por ejemplo:
Castellano
mar o lago
el animal llama
cada uno
mitad
muchacho
Quechua
cocha
llama
japa
chuapi
huambra
Aymara
cota
caura
sapa
taypi
mambra