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JosÉ
DE LA RIVA-AGÜERO
su propio nombre, que quiere decir forasteras. Por esta
y otras razones defiende el quechuísmo preincaico en el
Tiahuantinsuyu. Los que 10 combaten son, por colosal in-
coherencia, los mismos que retrasan las grandes anexiones
hasta Pachacútej y aún hasta Túpac Yupanqui. Pretende
así que la quechuización, con la multiplicidad de sus dia-
lectos, haya nacido y se haya extendido dentro de plazos
brevísimos, contra toda verisimilitud y todo precedente.
Iguales argumentos militan para el quechuísmo prein-
caico en el Alto Perú o Charcas, y en el antiguo reino de
Tujma (Tucumán). Al sur del Cuzco, desde más allá de
Tinta, irrumpían dialectos aymaras, como los de Canas,
Canchis, y Chumbivilcas; pero adviértase que gran parte
de esta comarca fue zona bilingüe, de confluencia lingüís-
tica y étnica, según es el caso de Chumbivilcas, o de in-
vasión colla relativamente moderna, como en Canchis y
Canas, según sus chulpas, inclusive en Calca, y sus cu-
racas extranjeros 10 acreditan. Los dialectos quechuas re-
surgen por el Alto Perú, al este y al sur de Chayanta¡ y
en la cuenca oriental de Titijaja suben a Cojata. El cocha-
bambino es un quechua innegable, y lo propio el calchaquí
en Salta y Catamarca. En el Tucumán el huilela se pre-
senta como un híbrido, entretejido de palabras quechuas.
En todas esas regiones la onomástica quechua es profun-
dísima. Con la aymara sucede otro tanto; pero en la parte
occidental, en el desierto de Atacama y todo Chile, hasta
el valle del Mapocho cuando menos. Los arqueólogos Bo-
man, Brinton, Ehrenreich y Lafone Quevedo reconocieron
paladinamente la difusión preincaica del quechua por el
Tucumán andino, la cual corre siempre parejas con las
huellas de Tiahuanaco. No pocos, y yo entre ellos, acep-
tamos, como acabo de apuntarlo, al oeste de la zona que-
chua, una zona de aymara de edad muy remota, que baja
desde Arequipa y Carangas, Oruro y Tarapacá, hasta Co-
piapó y el valle central de Chile, no sin discontinuos