Libro digital 1 TOMO-5 | Page 234

206 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO su propio nombre, que quiere decir forasteras. Por esta y otras razones defiende el quechuísmo preincaico en el Tiahuantinsuyu. Los que 10 combaten son, por colosal in- coherencia, los mismos que retrasan las grandes anexiones hasta Pachacútej y aún hasta Túpac Yupanqui. Pretende así que la quechuización, con la multiplicidad de sus dia- lectos, haya nacido y se haya extendido dentro de plazos brevísimos, contra toda verisimilitud y todo precedente. Iguales argumentos militan para el quechuísmo prein- caico en el Alto Perú o Charcas, y en el antiguo reino de Tujma (Tucumán). Al sur del Cuzco, desde más allá de Tinta, irrumpían dialectos aymaras, como los de Canas, Canchis, y Chumbivilcas; pero adviértase que gran parte de esta comarca fue zona bilingüe, de confluencia lingüís- tica y étnica, según es el caso de Chumbivilcas, o de in- vasión colla relativamente moderna, como en Canchis y Canas, según sus chulpas, inclusive en Calca, y sus cu- racas extranjeros 10 acreditan. Los dialectos quechuas re- surgen por el Alto Perú, al este y al sur de Chayanta¡ y en la cuenca oriental de Titijaja suben a Cojata. El cocha- bambino es un quechua innegable, y lo propio el calchaquí en Salta y Catamarca. En el Tucumán el huilela se pre- senta como un híbrido, entretejido de palabras quechuas. En todas esas regiones la onomástica quechua es profun- dísima. Con la aymara sucede otro tanto; pero en la parte occidental, en el desierto de Atacama y todo Chile, hasta el valle del Mapocho cuando menos. Los arqueólogos Bo- man, Brinton, Ehrenreich y Lafone Quevedo reconocieron paladinamente la difusión preincaica del quechua por el Tucumán andino, la cual corre siempre parejas con las huellas de Tiahuanaco. No pocos, y yo entre ellos, acep- tamos, como acabo de apuntarlo, al oeste de la zona que- chua, una zona de aymara de edad muy remota, que baja desde Arequipa y Carangas, Oruro y Tarapacá, hasta Co- piapó y el valle central de Chile, no sin discontinuos