EL IMPERIO INCAICO
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mente aymara (Paposo, Aconcagua, Lampa, llave, Maleo
del Limarí, etc.). Lo mismo que Lafone y Quevedo, Brinton
cree análogamente que el calchaquí es un dialecto que-
chua, vinculado con el araucano. Otros sostienen que el
1aján de esas regiones argentinas está emparentado con
el aymara. Todo ello conduce a admitir huellas de un Pa-
leo-quechua por allí. eX). Esta singular coexistencia y la
tradición de invasiones venidas de Coquimbo que persi-
guen y destierran el culto de Huiracocha y alteran la civi-
lización tiahuanaquense, me ha llevado, desde hace muchos
años, a enunciar para la historia de Tiahuanaco, su cons-
trucción y destrucción, y el sucederse de los imperios en
la meseta del Titijaja, una teoría según la cual la nación
quechua precedió a la aymara. Bien se ve con esto que es
mi hipótesis la de un imperio paleoquechua, y no en ma-
nera alguna la atribución a los Incas de aquellos edificios
y aquella técnica, proposición que sería disparatadísima,
contraria a todos los datos conocidos, si se concibiera en
los términos con que me han achacado algunos, en raptos
de mala fe o de inexplicable distracción y reblandecimien-
to. La lengua predominante en la época mayor del primi-
tivo Tiahuanaco no pudo ser jamás la misma quechua in-
caica, sino una forma muy antigua, de la que ha podido
derivarse en parte el propio aymara, y que con aproxima-
ción todavía representa el ájaro o cauqui, dialecto arcaico
que hasta hace poco vivía en apartados rincones de Yau-
yos y Huarochirí. Esta es la tesis, conjuntamente étnica,
arqueológica y filológica, que procuraré exponer con algu-
na mayor amplitud en la lección venidera.