Libro digital 1 TOMO-5 | Page 230

202 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO jeron la alfarería y el maíz, como nosotros trajimos el hierro y el carro, el trigo y los ganados vacuno y caballar. Los dueños del suelo serían los salvajes antropófagos, más atrasados aún que los uros, comedores de carne cruda y humana, en plena fiereza animal, desprovistos de toda cul- tura apreciable. El imperio de Tiahuanaco es, en concepto de la ma- yoría de los arqueólogos, no el comienzo sino la cumbre a que llegan las culturas del Norte, Recuay, Chavín, Huá- nuco el Viejo y Huiñaque. Como se desprende de 10 arri- ba expuesto sobre sus antecedentes centroamericanos, no puede asignársele fecha muy anterior a la era cristiana, en que ya florecían las primeras ciudades mayas, sus distan- tes hermanas primogénitas. Más que a éstas, recuerda en su potente sobriedad el arte colateral mejicano del primi~ tivo Teotihuacán. El tiahuanaquense, con sus conocidas características, penetra en las riberas peruanas del Pacífico, se superpone al protonazca, se halla, no sin trazas de incendio, en las más profundas capas del templo viejo de Pachacámac, y muestra sus artefactos mezclados, con el desorden propio de una invasión, a los del estilo proto- chimu en las huacas de Moche. Recubre el Ecuador en costa y sierra, por lo menos hasta Manabí y Ambato. No alcanza que sepamos a Pasto. Al sur de Tiahuanaco, sus reflejos se ven en las tierras quechuas de Mizque y en todo el Noroeste argentino, en pleno país calchaquí, donde se descubren en gran cantidad sus signos peculiares: alfa- rería con adornos escalonados, dragones y serpientes de dos cabezas, pectorales y peines de cobre. Lo propio, aun- que en menor grado, ocurre hasta el valle central de Chi- le; pero, al paso que en las serranías argentinas la pene- tración de Tiahuanaco se acompaña con toponimias y dialectos quechuas, tan profundos que el arqueólogo Bo- man ha proclamado la existencia de un imperio quechua preincaico, en Chile coincide con una toponimia clara-