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JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO
y la andina hacia el Sur, que a su vez se subdivide en
chibcha y peruana. En vista de los datos contemporáneos,
no pasa de un prejuicio o espejismo el sistema que deriva
todas las culturas de Centro América de las invasiones que
bajan de Nuevo Méjico, Utah, Nevada y Colorado. Ver-
dad que los pobladores solían venir de allí en oleadas, por
los mismos fenómenos de desecación que observaremos en
sentido inverso al tratar de la puna y el desierto de Ata-
cama en Sud América (y además porque hemos recono-
cido que los indios americanos en gran mayoría provie-
nen de esa ruta del Asia Extrema); pero hay que distin-
guir edades, y sobre todo pobladores, de culturas. En el
continente norte, éstas parecen irradiar de Guatemala y
Nicaragua, al paso que de otro lado ascendían a la meseta
Anahuác las bárbaras hordas de los destructores septen-
trionales. Antiguas tradiciones mayas hacen venir del Sur-
oeste a los primeros representantes, y la geología confirma
tales datos, porque en épocas anteriores mucha porción de
la península del Yucatán hubo de ser inhabitable. Renace
con esto la doctrina de la prioridad del Sur, propugnada
por Haebler y Bancroft, y confirmada ahora por Walter
Lehmann.
La invasión de dichos elementos en Sud América no
exige aceptar la conquista inmediata chorotega, que carece
de comprobación lingüística. Los trasmisores o mediadores
plásticos han podido ser los chibchas, a que pertenecían
los güetaros, colindantes en Nicoya con los chorotegas man-
gues. Es la teoría que, con Uhle defienden Rivet y Jijón
(IX). Lo que parece casi seguro es que una raza braqui-
céfala, próxima pariente de éstos y aquéllos como lo de-
muestran el fondo común de mitos, artes e instituciones, y
el aspecto antropológico, una raza tronco, madre y edu-
cadora de quechuas, aymaras y araucanos, ha penetrado en
las serranías del Perú trayendo su técnica agrícola y ce-
rámica, cuando comenzaba a difundirse en el litoral la afin