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JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO
difunden desde las islas y riberas de aquellos lagos hasta
las cercanías de Copán en Honduras por el Norte y hasta
el territorio de Costa Rica por el Sur. En Talamanca y
otros lugares, se hallan figuras de este género, con coco-
drilos estilizados (ver Jijón). Aquí están los orígenes del
dios Huiracocha (VIII). Y aún podrían rastrearse en Gua-
temala y en los confines de Panamá. Han sido estudiadas,
a partir de mediados del XIX, por, Squier, el mismo que
recorrió el Perú, y luego por Karl Bovallius y el mencio-
nado Lothrop. Los postreros arqueólogos convienen en
que han debido de ser sus constructores los chiapanecas,
pueblo teocrático y muy inteligente, establecido hoy en el
estado mejicano de Chiapas, pero cuyas raíces centroame-
ricanas, atestiguadas por sus próximos congéneres choro-
tegas y cholutecos de Honduras (bahía Amapala), se per-
ciben por un texto del cronista dominicano de Guatemala
en el siglo XVII, el Padre Antonio de Remesal, quien los
dice oriundos de Nicaragua. De este modo se va aclarando
el embrollado asunto de los orígenes. En el remoto pasado
de Centro América se han sucedido las hegemonías de
chiapanecas o chorotegas (que poblaron hasta el golfo de
Nicoya en Costa Rica), de los premayas, iniciadores de
la cultura que en este siglo han revelado todos sus secre-
tos, y de los primeros nahuas, que, a consecuencia de sus
antiguos imperios septentrionales diseminaron sus colonias
lingüísticas desde los PiPeles de Guatemala y El Sa