EL IMPERIO INCAICO
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de Cholula, coetáneo, más o menos, de la caída de Tia-
huanaco y la primera emigración de nuestros Incas. Sabe-
mos hoy que aqueIla tan modesta antigüedad, reconocida
por Ixtlitxóchitl y Torquemada, es en extremo deficiente
y diminuta: el cultivo del maíz en Centro América y su
difusión en todo el continente del Sur, han tenido que re-
querir muchos siglos y se remontan a varios bien anterio-
res a la era cristiana. En consecuencia, queda refutado
Spinden, que sobre la pretendida introducción del maíz por
los nahuas, asentaba el carácter primordial atribuído a esta
raza. Descartados los nahuas por demasiado modernos,
¿cuáles serán los iniciadores de la cultura americana? ¿Los
mayas, como quiere Uhle, o los chipanecas, a que se in-
clinan Lothrop y el mejicano Gamio? Este arqueólogo des-
cubrió, el año de 1910 en el valle central de Méjico (al-
gún tiempo más tarde que los esenciales hallazgos -de Uhle
en nuestra costa), las tres capas o estratos definidos que
ponen al cabo fuera de toda duda la superposición de los
tres períodos en la historia mejicana: sobre el reciente
indígena azteca, el del imperio de Teotihuacán, que co-
responde al tolteca, reivindicado de las negaciones de Bri-
ton y de las de Seler, que muy luego se desdijo de ellas i
y por fin el último estrato, el de la cultura arcaica, cuyo
esclarecimiento para el de los orígenes de la nuestra pe-
ruana nos interesa grandemente. El antropólogo Vaillant
de Nueva York ha dilucidado en estos años, con toda pre-
cisión, que dicha época arcaica en Méjico resulta ya un
compuesto de varias culturas primitivas, y que de ella no
se derivan las centroamricanas, al parecer colaterales o
antecesoras suyas. Hénos así de nuevo proyectados hacia
la América Central propiamente dicha, al buscar el punto
de partida de las primeras inmigraciones civilizadores del
Perú. Las estatuas monolíticas de hombres coronados por
felinos y serpientes, que hemos dicho hallarse en los la-
gos de Nicaragua y asemejarse a las de Tiahuanaco, se