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J osÉ DE LA RIVA -AGÜERO
nació el genuino estilo incaico de los aríbalos, y así lo
comprueba uno conservado en el Cuzco. ¡Qué tremenda
esterilidad y monotonía si Tiahuanaco ha durado tres o
más milenios, y sus vástagos no han hecho más que re-
petir y adelgazar tan inmutable herencia!
En los tiempos de Tschudi y de Pi Margall, hacia
1880 ó 90, podía negarse o ponerse en tela de juicio la
profunda analogía entre Tiahuanaco y las edades arcaicas de
Méjico y Centro América. Hoy infinitos descubrimientos
la evidencian. El mismo inglés Joyce ha exhumado, en la
ciudad de Lubaantum (Honduras Británica), el año de
1926, escaleras megalíticas parecidísimas a las puestas de
manifiesto en Tiahuanaco. Este aparejo megalítico, que es
el más hondo de los monumentos de Be1iza, aclara con
inusitada luz los orígenes de Tiahuanaco y de Chavín.
Pero lo más irrebatible, para determinar la cuna de
las culturas americanas, es la ubicación del maíz silvestre,
cuyo cultivo constituyó el soporte de la vida indígena.
Antes se creía que el teosinte azteca, cuyo exacto nom-
bre botánico es euchloena, se hallaba sobre todo en Mé-
jico. Investigaciones contemporáneas, de 1932 y 1935, rea-
lizadas por botanistas norteamericanos, han concretado
que la zona nativa del teosinte está en las alturas occiden-
tales de Guatemala, desde Huehuetenango, fronterizo con
la república de Méjico, hasta Jutiapa, colindante con la
del Salvador. Todo esto nos acerca mucho a los lagos de
Nicaragua, en que existen las estatuas monolíticas seme-
jantes a las tiahuanaquenses. El cronista mejicano Luis de
Alba Ixtlilxóchitl, parelelo a nuestro Garcilaso, con quien
comparte méritos y defectos, tradiciones útiles y vacíos,
adolece, como todos los escritores leyendarios, de estre-
chez y cortedad en el horizonte histórico, y por los olvi-
dos de 10 muy antiguo, inevitables en pueblos bárbaros,
hace arrancar el cultivo del maíz en su partia, no más
que del siglo XII de nuestra era, o sea del segundo imperio