Libro digital 1 TOMO-5 | Page 224

196 J osÉ DE LA RIVA -AGÜERO nació el genuino estilo incaico de los aríbalos, y así lo comprueba uno conservado en el Cuzco. ¡Qué tremenda esterilidad y monotonía si Tiahuanaco ha durado tres o más milenios, y sus vástagos no han hecho más que re- petir y adelgazar tan inmutable herencia! En los tiempos de Tschudi y de Pi Margall, hacia 1880 ó 90, podía negarse o ponerse en tela de juicio la profunda analogía entre Tiahuanaco y las edades arcaicas de Méjico y Centro América. Hoy infinitos descubrimientos la evidencian. El mismo inglés Joyce ha exhumado, en la ciudad de Lubaantum (Honduras Británica), el año de 1926, escaleras megalíticas parecidísimas a las puestas de manifiesto en Tiahuanaco. Este aparejo megalítico, que es el más hondo de los monumentos de Be1iza, aclara con inusitada luz los orígenes de Tiahuanaco y de Chavín. Pero lo más irrebatible, para determinar la cuna de las culturas americanas, es la ubicación del maíz silvestre, cuyo cultivo constituyó el soporte de la vida indígena. Antes se creía que el teosinte azteca, cuyo exacto nom- bre botánico es euchloena, se hallaba sobre todo en Mé- jico. Investigaciones contemporáneas, de 1932 y 1935, rea- lizadas por botanistas norteamericanos, han concretado que la zona nativa del teosinte está en las alturas occiden- tales de Guatemala, desde Huehuetenango, fronterizo con la república de Méjico, hasta Jutiapa, colindante con la del Salvador. Todo esto nos acerca mucho a los lagos de Nicaragua, en que existen las estatuas monolíticas seme- jantes a las tiahuanaquenses. El cronista mejicano Luis de Alba Ixtlilxóchitl, parelelo a nuestro Garcilaso, con quien comparte méritos y defectos, tradiciones útiles y vacíos, adolece, como todos los escritores leyendarios, de estre- chez y cortedad en el horizonte histórico, y por los olvi- dos de 10 muy antiguo, inevitables en pueblos bárbaros, hace arrancar el cultivo del maíz en su partia, no más que del siglo XII de nuestra era, o sea del segundo imperio