EL IMPERIO INCAICO
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raba ser la zona más arcaica en el interior del Perú el
camino del Norte, e indicaba la línea que las excavacio-
nes de Uhle en Cuenca han venido a confirmar.
Si Tiahuanaco ha sido el punto primordial de donde
se originaron los períodos arcaicos mayas y mejicanos, y
si por otra parte Tiahuanaco conoció y empleó el cobre,
¿Cómo lo ignoran aquellos primitivos períodos de Méjico
y Centro América? ¿Cómo no llevaron allá los tiahuana-
cos la papa y la quinua, ni la coca, que sólo tarde y de
manera superfecial llegó a Nicaragua, ni el llama, la in-
substituíble bestia de carga de nuestros imperios andinos?
y repárese en que el llama y sus congéneres provinieron
en anteriores períodos de la América del Norte, donde ha
descubierto a sus antepasados salvajes el mismo antropó-
logo Kroeber. Pretenden Uhle y otros que en la gran por-
tada de Tiahuanaco hay signos jeroglíficos. No los vemos
incontrovertibles: pero no es improbable que sean en efecto
anotaciones astronómicas, como los glifos mayas, entre las
filas de cóndores y figuras humanas de dicha portada. Sien-
do verdad hoy averiguada perfectamente que las primeras
inscripciones de ciudades mayas no anteceden en mucho
a la era cristiana, y que antes no se conoció allí la escri-
tura jeroglífica, si Tiahuanaco fuera el antepasado remoto
de esas capitales habría que suponer que, en el camino
hacia el Norte, su raza olvidó o dejó perderse un cúmulo
de invenciones importantísimas. No es racional aceptar tan
inverosímil desmedro o tal fenómeno de amnesia, com-
parable al que el buen Montesinos atribuye a los prínci-
pes vecinos del Cuzco, que olvidaron por una invasión
sus compromisos matrimoniales, y luego dócilmente aban-
donaron las letras d