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JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO
turas primeras de la Costa? De otro lado, un centro mu-
chas veces milenario, como se pretende haber sido Tia-
huanaco, lo natural es que irradie en otros centros menores
hacia toda la periferia, o por 10 menos en áreas homogéneas
y accesibles. Para los indios del Altiplano y de las sierras
andinas, por condiciones de clima y terreno, tenían que
ser preferentes las del Sur, hacia Charcas y el Noroeste
argentino, o sea el antiguo reino de Tujma que los Incas
con tanta facilidad colonizaron después. Cierto que Tia-
huanaco dilató su influencia en tal sentido, preferentemente
(notémoslo ya) en las comarcas quechuas de Cochabamba
y Mizque, donde Nordenskiold ha patentizado sus hue-
llas. Pero son reflejos tardíos, de su edad de decadencia i
y fuera de unas problemáticas murallas de Jaconta Pala-
yani, que dice Posnansky haber descubierto en una isla
de los lagos al sur del Desaguadero y unas esculturas an-
tropomorfas y de felinos en el Pueblo de Belén, muy al
Norte de Oruro (VII), no hay en la esfera meridional de
Tiahuanaco en 10 explorado hasta hoy, nada que pueda
considerarse como su imagen o progenie monumental, ni
grandes ciudades, ni considerables edificios aislados. Por el
contrario, hacia el Norte el camino es contínuo, y está
clarísimo: Pucará del Collao, el Huari de la región ayacu-
chana, que Cieza describe bajo el nombre del Huiñaque,
la parte preincaica de Huánuco el Viejo, Chavín de Huán-
tar, las otras acrópolis del Callejón de Huaylas, y Huama-
chuco, Cuélap junto a Luya, y ya en el Ecuador, las ciu-
dades exhumadas por Uhle y Jijón en Cuenca, el Azuay,
Ambato, Tunacahuán, y más allá, los conocidos monoli-
tos de San Agustín en el Magdalena y los demás vestigios
chibchas. Todo ello nos encamina a Centro América, aun
cuando fuera a pesar nuestro: a la tierra de los mayas y
de los toltecas fugitivos, en que desde Angrand hasta Uhle
los mayores arqueólogos señalan el foco de difusión de la
cultura megalítica americana. Desde 1926, Kroeber asegu-