19'2
JosÉ
DE LA RIVA-AGÜERO
naron, como lo puntualizaré después, junto a los grandes
lagos de Nicaragua y Managua, y los menores de Guate-
mala. Ya he dicho en la lección anterior que nuestras pri-
mitivas culturas, las protoides, fueron las de los valles cos-
teños.
Sorprende también en Tiahuanaco la ausencia de ca-
sas o viviendas particulares, proporcionados a templos y
palacios tan ingentes. Se descubren algunas subterráneas,
sin duda habrá otras más; pero no corresponden a la en-
tidad y extensión de los edificios públicos. Fue, según to-
das las conjeturas, una capital teocrática, un centro de
ritos y sacrificios; pero la población civil estable, en caso
de ser numerosa, ocuparía efímeras cabañas de barro, que
no han dejado huellas, como ocurre en los mayores cen-
tros mayas y como hubo de ser la capital política y
guerrera, coetánea o inmediatamente posterior a Tiahua-
naco, Hutuncolla o Paucarcolla. Dicha suposición se ha
adoptado por varios autores, atribuyéndosela a otros.
N o es de admirar que la antigüedad de las ruinas de
Tiahuanaco inspire muy diversos sistemas, temerarios y
estupendos algunos. Se ha popularizado el de Posnansky,
arqueólogo polaco avecindado en La Paz, quien les asigna
la prodigiosa antigüedad de más de diez mil años; y ex-
plica su destrucción por inundaciones y catástrofes geo-
lógicas, a mi ver muy improbables. Sin llegar a tales fan-
tasías, émulas de la hipérbole cronológica de los brah-
manes, o de los mandarines chinos para sus dinastías
primeras, el muy docto astrónomo y arqueólogo alemán
Ervin Paul Dieseldorff, a quien ya me he referido en la
lección pasada, les concede cuando menos cuatro mil a-
ños de antigüedad, apoyándose en cálculos sobre la ob-
servación de las revoluciones sinódicas de los planetas,
que ha advertido en Copán y cuyo origen sitúa en los obe-
liscos tiahuanaquenses. Según esto, habría que remontar la
fundación de Tiahuanco a la edad en que comenzaban las