EL IMPERIO INCAICO
191
meseta del lago Titijaja tuvo que ofrecer temperatura me-
nos rigurosa: el régimen de lluvias en toda la región era
entonces mejor, y el Desaguadero, más caudaloso que
ahora, comunicaba, no sólo con el Aullagas, muy dismi-
nuído de profundidad en la época presente, sino con otros
lagos y pantanos del Sur, hoy mermados o desaparecidos
por la progresiva sequedad de la comarca. Hacia el de-
sierto y la puna de Atacama, se han convertido en salares
hórridos y frigidísimos los que hace varios siglos hubieron
de ser estanques y ricos pastales. Las desoladas provincias
de Oruro, Carangas y Uyun, pudieron, en las obolidas
condiciones climatéricas que apunto, ser la natural expan-
sión pastoril y agrícola de aquel extraño imperio. Por otra
parte, la comarca del Norte, ribereña del lago, que con-
serva el nombre tradicional del Collao, no carece hoy
mismo de notables ventajas, que la hacen pobladísima. Es
tierra muy llana, la planicie más extensa del Perú andino,
y por consiguiente propicia para el pastoreo de las llamas.
Es la región originaria del cultivo de la papa y la quinua,
principales bases de la alimentación del indio. Las islas
del lago, que tienen innegable importancia y extensión,
logran los beneficios del clima marítimo; y por su temple,
benigno en relación con las punas de tierra adentro, son
muy apreciadas para sembríos, y en ellas se coge hasta
maíz, que no se obtiene en el litoral del contorno. Esas
islas fueron santuarios tan venerados y antiguos como Tia-
huanaco, habitados de preferencia por los míticos huira-
cochas, fundadores del imperio. No era éste, como creyó
Baudin, una excepción de la ley que quiere que las pri-
meras culturas sean plantas marítimas, nacidas a la orilla
de grandes ríos de mares interiores; porque verdadero mar
interior es el Titijaja, y Tiahuanaco floreció en la región
lacustre, del propio modo que las culturas de Méjico pro-
vinieron de los lagos de Michoacán y crecieron en los del
valle central de Anáhuac, y las centroamericanas se origi-