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JosÉ
DE LA RIVA-AGÜERO
prueban lo remoto de su separación y lo completo de su
aislamiento en las épocas prehistóricas, en todo el dilatado
lapso que ha debido requerir la formación de tales grupos
sanguíneos. Por ellos, los más próximos a los americanos re-
sultan los habitantes de las islas de Sacalín y de Formosa, y
los de las Carolinas y Nueva Guinea. De aquí que el único
verosímil mestizaje precolombino sea el melanesio y poline-
sio, indicado por este camino insular, y defendido por Rivet
y otros muchos con abundantes argumentos antropológicos
y filológicos. ¿ Cuando penetraron en América estos mongo-
loides mezclados con oceánicos? Desacreditadas hoy en
la ciencia las teorías poligenistas, claro es que proceden del
Asia. Indirectamente, hasta los oceánicos de Rivet y los del
tipo de Lagoa Santa; directamente, los más por el estre-
cho de Behril)g, que subsistió hasta el presente período
geológico, y por la cadena de las islas Aleutinas, como 10
ha demostrado Hrdlicka, cuyos últimos y definitivos ha-
llazgos en Alaska son del año pasado. Verdad (H) que
han podido en muy apartadas épocas venir también por
la vía del Este, por Groenlandia e Islandia, unidas a la
Tierra del Labrador, a las islas Feroe y a Escandinavia
por fragmentos continentales desaparecidos a fines del cua-
ternario; o por una capa muy compacta de hielo, como
la sostienen los arqueólogos daneses, y en particular Kaj
Birket Smith (IH) para con los esquimales, cuya lengua
aparece de origen asiático pero cuyo arte en América, re-
producción hasta en la plástica rupestre del cuaternario
magdaleniense europeo, es mucho más antiguo de lo que
pensaba el arqueólogo francés Déchelette, según se ha pa-
tentizado con investigaciones y descubrimientos moderní-
simos. Todo esto nos lleva a aceptar la existencia del hom-
bre cuaternario en América, contra el cual no hay objeción
ni escrúpulo de carácter religioso. Además, la desmesura-
da y fantástica antigüedad de los períodos glaciares y del
género humano, en que tanto insistían los antropólogos