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JosÉ
DE LA RIVA-AGÜERO
yas. Con las Informaciones del Virrey Toledo quedó ar-
chiprobado que el relato de los cuatro Ayares no es un
mito, sino una leyenda, con sólido y copioso fundamento
rea1. Manco no es una figura imaginaria, no es epónimo
en el sentido de ficticio, porque hubo un caudillo vence-
dor en la emigración y rivalidad de los cuatro clanes (ha-
cia mediados del siglo XI de la Era Cristiana); y su nom-
bre se preceptuó como individual, con vástagos agrupados
en cofradía o panaca genealógica, igual a las de los mo-
narcas posteriores, y con culto privado, semejante al de
éstos, limitado a su ayllu peculiar, acomodado a un héroe
o progenitor anténtico, y no el público o general, como
habría correspondido a una advocación solar o a un nú-
men naturalista.
No entraré en sutilizar sobre los ayllos incaicos, como
lo hacen con innegable competencia los eruditos Latcham,
VaIcárcel y Urteaga. Sólo diré que dichos ayllos me pa-
recen del todo agnaticios, o sea atentos meramente a la
descendencia varonil y para nada a la uterina. Lo mismo
ocurre con todos los linajes quechuas; y los vestigios del
matriarcado o promiscuidad primitiva se hallan más bien
entre los aymaras, cuya lengua posee términos sobreabun-
dantes para la filiación y parentela femeninas. En vista
de los explícitos textos de la información ordenada en el
Cuzco el 4 de Enero de 1572 por el Virrey D. Francisco
de Toledo, creo inobjetable la identificación de los AH-
cahuizas con la tribu de Ayar Uchu, y probabilísima la de
los Sahuasiray y Antasáyaj con los otros dos restantes aya-
res. La osada negativa de Uhle sobre el primer punto (Ori-
gen de los 1ncas, Congreso de Americanistas de Buenos Ai~
res) no sirve sino para demostrar su aceleramiento y ofus-
cación en la materia.
El quechuísmo de los incas y su procedencia del Ti-
tijaja, en alto grado significativa para la teoría que sus-
tento, constituyen, mal que le pese a Uhle, dos tesis irre-