Libro digital 1 TOMO-5 | Page 186

158 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO
y escarnios en bendiciones. No de otro modo, los descubrimientos y las conjeturas de Uhle, en su mayoría acertadas, sobre la acometida de los caris, venidos desde Atacama contra Tiahuanaco, han desvirtuado y desvanecido enteramente sus apologías de la inmemorial cultura aymara en el Collao y los desdenes contra la raza quechua, que wn de ver en sus conferencias y artículos de 1910. Porque si queda probado que los bárbaros de Carangas, Potosí y Atacama se establecieron en Tiahuanaco, devastándolo y que nada diferencia a estos carís de los presentes aymaras o eolias, habrá por fuerza que acudir, para explicar la primitiva y homogénea civilización andina, a la gran estirpe quechua, cuyas tradiciones, cuyos mitos y cuyo idioma dan razón de esa arcaica homogeneidad y de su tardía recomposición bajo los incas. Puede afirmarse que dondequiera que se hallen las huellas de la religión de Huiracocha, perseguida y acosada por los invasores del ColIao, allí también se advierten restos arqueológicos del estilo de Tiahuanaco, y toponimias quechuas o muy afines, hasta en el centro del Ecuador.
La lengua de este primer imperio de la Sierra no fue ciertamente el mismo quechua que ahora se habla y que usaron los incas, porque el largo transcurso de tiempo y la existencia de numerosos dialectos suponen una considerable transformación idiomática; pero hubo de ser el precedente inmediato y el tronco del quechua incaico, hoy subsistente. Sólo así se hace inteligible el singular panorama lingüístico del Tahuantinsuyo a raíz de la conquista castellana: la indudable existencia de dialectos e híbridos quechuas, no ya en el centro sino en las fronteras del imperio, lenguajes quechuizantes en los extremos del Tucumán y entre los colorados, cayapas y quillacingas de Quito, que no pudieron originarse con la efímera dominación de los incas en tan remotas fronteras.