Libro digital 1 TOMO-5 | Page 151

EL IMPERIO INCAICO 123 desearíamos siquiera un principio de prueba, capaz de contrarrestar la poderosa unanimidad de los relatos con- signados por los más seguros cronistas. Y en cuanto a la consideración de que los tipos de los relieves, en la misma portada, reproducen los rasgos físicos de la raza aymara, sonreirán ante tan aparatoso argumento los que saben has- ta qué punto quechuas y aymaras se asemejan, qué difícil es para escrupulosos especialistas 16 diferenciarlos, y qué temeraria pretensión envuelven estos pruritos de observa- ción etimológica en arte tan estilizado y convencional como el de las esculturas tiahuanaquenses. En culto de Huiracocha, que tiene tan ciertos e infran- gibles nexos con Tiahuanaco, que se contrapone al del dios colla Tahuacapa, y cuyos servidores sabemos de fijo que fueron perseguidos por los coUas de Chucuito, presentan hacia el Norte una difusión que coincide exactamente con la del imperio megalítico y sus monumentos. Por otra par- te, Huiracocha parece refugiarse sucesivamente en el seno de poblaciones quechuas o quechuizadas, desde Urcos y el Cuzco hasta el centro del Ecuador. Procuremos seguir sus huellas. En Pucará, provincia: de Lampa, el Dr. Luis ValcárceI ha hallado construcciones análogas a las de Tiahuanaco, piedras esculpidas con ornamentación de serpientes y ja- guares, y una estatua varonil con larga túnica, manto y mitra, que lleva la imagen del sagrado felino; señas indu- dables de la primitiva y proscrita religión del Collao 17 . Cieza de León nos suministra después otro luminoso indicio. sus graudes pecados y haber apedreado a un hombre (el mismo Huiracocha), fueron convertidos en aquellas estatuas (Comentarios, Primera Parte, Libro IIl, cap. 1). 16 D'Orbigny, f.' bomme americain, tomo 4, l ' parte ;-Chervin, Aymaras an