EL IMPERIO INCAICO
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desearíamos siquiera un principio de prueba, capaz de
contrarrestar la poderosa unanimidad de los relatos con-
signados por los más seguros cronistas. Y en cuanto a la
consideración de que los tipos de los relieves, en la misma
portada, reproducen los rasgos físicos de la raza aymara,
sonreirán ante tan aparatoso argumento los que saben has-
ta qué punto quechuas y aymaras se asemejan, qué difícil
es para escrupulosos especialistas 16 diferenciarlos, y qué
temeraria pretensión envuelven estos pruritos de observa-
ción etimológica en arte tan estilizado y convencional como
el de las esculturas tiahuanaquenses.
En culto de Huiracocha, que tiene tan ciertos e infran-
gibles nexos con Tiahuanaco, que se contrapone al del dios
colla Tahuacapa, y cuyos servidores sabemos de fijo que
fueron perseguidos por los coUas de Chucuito, presentan
hacia el Norte una difusión que coincide exactamente con
la del imperio megalítico y sus monumentos. Por otra par-
te, Huiracocha parece refugiarse sucesivamente en el seno
de poblaciones quechuas o quechuizadas, desde Urcos y
el Cuzco hasta el centro del Ecuador. Procuremos seguir
sus huellas.
En Pucará, provincia: de Lampa, el Dr. Luis ValcárceI
ha hallado construcciones análogas a las de Tiahuanaco,
piedras esculpidas con ornamentación de serpientes y ja-
guares, y una estatua varonil con larga túnica, manto y
mitra, que lleva la imagen del sagrado felino; señas indu-
dables de la primitiva y proscrita religión del Collao 17 . Cieza
de León nos suministra después otro luminoso indicio.
sus graudes pecados y haber apedreado a un hombre (el mismo Huiracocha),
fueron convertidos en aquellas estatuas (Comentarios, Primera Parte, Libro IIl,
cap. 1).
16 D'Orbigny, f.' bomme americain, tomo 4, l ' parte ;-Chervin, Aymaras an