Libro digital 1 TOMO-5 | Page 147

EL IMPERIO INCAICO 119 la inveterada denominación; pero con propiedad deberían los primeros llamarse solamente collas, que es el nombre incaico de los habitantes de la meseta del Titijaja. Se sub- dividen en lupacas, pacajes, carumas, oruros y carangas; y les eran análogos y parientes, en la periferia de su expre- sado territorio, los afacameños, collabuas, cbancas y canas. Nadie duda que los Callas acupaban, siglos antes de la conquista incaica, las orillas del gran lago y por consi- guiente la región de Tiahuanaco. Ha podido parecer así natural y cómodo adjudicarles la construcción total de la ciudad santa, sin echarse a escudriñar más. Pero con el fácil sistema de dar por sentado que los edificios deben reputarse obra de los pobladores de la comarca y sus an- tepasados indígenas, se iría a parar en derechura a los re- dondos disparates de tener los templos dóricos de Sicilia como producto espontáneo de Sicanos y Sículos, y el anfi- teatro de Itálica y la mezquita de Córdoba como originales brotes de los hispanos autóctonos. El sentido común cla- ma que en todas partes hay que atender a la comparación y difusión de estilos, con tanta frecuencia forasteros, y a los recuerdos de invasiones y emigraciones, que constitu- yen la trama de la historia. En América, del propio modo que en el Antiguo Mundo, las naciones se desplazaban sin cesar, al empuje de guerras, epidemias o sequías; y mucho más en región tan llana como el Callao. Cieza de León escribe: ((No hablan otra casa los indios del Perú sino incaico. "~a extensiól\ del quechua fue de suma estrechez" (Posición bistórica de los aymaras, Conferencia en La Paz). Además del quechuismo de los Incas y Tampus,