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JosÉ DE LA RIVA-ACÜERO
da Lima. Esa fue la lucha efectiva en la Conquista, la reac-
ción de la clase dominante, comparable a la de Cuilauzin y
Guatomozin en Méjico. Pero el país no respondió con
generalidad y tenacidad al llamamiento desesperado de sus
Incas. Muy al contrario, los Cañaris y los Huancas se con-
virtieron desde el principio en los más fieles y eficaces
aliados de los conquistadores, como los Tlascaltecas en
Méjico; y los contingentes de muchas provincias abando-
naron la suprema campaña, por fatiga o por atender sus
cosechas. Pizarro a imitación de Cortés, hizo, en el peor
trance, alejar los buques del puerto del Callao, para demos-
trar su inconmovible decisión de permanecer en la tierra
peruana. Lima se vió descercada muy pronto; y en la reti-
rada murió el jefe asaltante, el príncipe Titu Yupanqui. Só-
lo en el Cuzco, tras el heroico suicidio de Cahuide (el indio
gobernador del castillo de Sajsayhuaman), la intrépida mi-
licia noble, la de los Orejones o Hijos del Sol, persistió
por diez meses en sus furiosos ataques. Deshecha al fin
por el empuje de los caballos retrocedió combatiendo su-
cesivamente hacia las asperezas de Calca, Ollantaytam-
bo, Vitcos y Vilcabamba, escoltando al soberano y lleván-
dose los más principales objetos sagrados. Fue algo como
el asilo de las reliquias de los Godos en las Asturias.
Pero muy diverso destino esperaba a esta última de-
fensa de los Incas. Durante algunos años consiguieron
rechazar o burlar las repetidas expediciones inviadas en
persecución suya. Tal fue el caso de las de Hernando y
Gonzalo Pizarro, Almagro, Rodrigo Orgónez, Illén Suárez
de Carvajal y Francisco de Cárdenas. Los orejones de
Manco amagaban continuamente el valle de Yucay y el
camino de Lima al Cuzco, desde Jauja en el río Mantaro
hasta Mollepata en el Apurímaj, con rebatos y presas. Mas
en el resto del Perú, los antiguos súbditos, sumidos en su
automatismo y marasmo habituales, desoyeron las exhorta-
ciones de rebelión que salían de Vi1cabamba; y dejaron