EL IMPERIO INCAICO
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las aires para anunciar la muerte de los caciques; rasgo
este último de magnífica y sombría belleza, que no diso-
naría en una saga germánica 29.
En cambio, la oración incaica a Huiracocha, recorda-
da por los Padres Molina y Coba, tiene la vibrante subli-
midad de un salmo hebreo: "¡Oh Hacedor incomparable!,
que estás en los términos del Mundo y creaste a los hom-
bres; -¿dónde te ocultas? -¿Por ventura en 10 alto del
Cielo, o en el abismo de la tierra, o en los nublados de
las tempestades"? La invocación a la Pachamama es de un
delicioso panteísmo: "Madre Tierra, larga y anchurosa,
que traes a los hombres en tus brazos ... " A las cavernas,
que eran los sepulcros de la Sierra, les decían: "He de
dormir en tus senos; dame sueños apacibles".
La autenticidad de tales mitos, tradiciones y plegarias,
es indiscutible. No ocurre lo propio con el célebre drama
Ollantay. Los incas conocieron, sin duda alguna, las re-
presentaciones trágicas y cómicas. Tenían que nacer for-
zosamente de aquellas sus danzas religiosas, con máscaras
de personajes y animales sagrados; de aquellos bailes en
que los cantares se turnaban "refiriendo hazañas y loores del
Inca y cosas pasadas" y respondía el coro (Cobo, Libro
XVII.- Acosta, Libro VI, Cap. XVIIII). De estos esbozos
dramáticos, sabemos de cierto que resultaron verdaderas
fábulas escénicas. A más de los testimonios del Inca Gar-
laso y del Jesuíta Anónimo, sospechosos para bastantes
americanistas, tenemos los irrefragable s del P. Acosta, de
Polo de Ondegardo 30 y de Sarmiento de Gamboa que
narra: "(Inca Patchacútej) mandó hacer grandes fiestas y
29 Vid. 'Psicología del pueblo araucano por Tomás Cuevara (Santiago de
Chile, 1908) ¡ págs. 325, 326, 336, 344, 346, Y siguientes.
30 :Tratado de los errores y supersticiones de los indios, VIII, 7.