&2
JosÉ
DE LA RIVA-AGÜERO
Para acertar con la raza del Tiahuanaco, hay que
buscar la lengua cuya extensión coincida con las huellas
de aquel imperio. Solamente la quechua llena este requisi-
to: sus dialectos se extienden desde el norte del Ecuador
hasta le centro de la Argentina, y envuelven por todos
lados a la aymara, recluída en el Collao y la parte septen-
trional de Potosí. Bien se que los aymaristas explican la di-
fusión de la quechua por la acción exclusiva pe los misio-
neros españoles y de la conquista incaica. Pero si los doc-
trinantes españoles la adoptaron para sus enseñanzas,
haciéndola avanzar en algunos puntos y conservándole en
los demás la calidad de lengua general, dicha conducta se
debe a la maravillosa divulgación en que la hallaron y que
la hacía el mas apropiado vehículo para la cristianización
de los indios i y esa divulgación, tan grande y antigua que
había dado origen desde antes de la Conquista a muchos
dialectos, no podía datar del Imperio de los Incas, por
mayor duración y eficacia que se le concedan, porque está
comprobado que la dominación incaica duró en Tucumán
menos de un siglo y en el Norte del Perú y en el Ecuador a-
penas una generación. Es una monstruosidad, una herejía
linguística, pretender que en tan corto período engendrara
el quechua dialectos tan definidos como el quiteño y el chin-
chaysuyo o chinchaysimi (en el que consta que los intérpre
tes de Pizarro le hablaron a Atahualpa) y por mas allá de
Catamarca y el Tucumán, en medio del Chaco argentino, la
lengua huilela, un verdadero idioma híbrido, tan impregna-
do del quechua como el inglés lo está en Europa de gali-
cismos y latinismos, y el muerto huzvarecho y el persa
moderno en el Asia, de arameo y árabe respectivamente. La
mayor parte de las lenguas que en la Sierra del Perú se
usaban bajo el gobierno de los Incas, a más de la quechua
oficial o cuzqueña, y que recibían la denominación de len-
guas forasteras, particulares o ahuasimi, eran meros dia-
lectos de la misma quechua, y "tan apegados a ella (es-