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JosÉ
DE LA RIVA-AGÜERO
o a lo menos con fuerte influencia colla, 7 proclamaron
en esta contienda de razas, como protector supremo del
monarca del Cuzco y de la gran confederación incaica, en
que tanto predominaban los quechuas, al dios Huiracocha,
que vino a ser así como un símbolo étnico, ya se ve por
esto cuán escaso fundamento tiene el origen colla de la
divinidad del Tiahuanaco.
Pero el capital argumento de los aymaristas es que
siendo collas los indios que hoy habitan el Tiahuanaco
y su comarca, a ellos deben atribuirse los templos, palacios
y estatuas allí existentes. El razonamiento me parece de-
plorable. Para inferir de la situación actual de los Collas
la filiación del Imperio del Tiahuanaco, sería menester dar
por sentado que los Colla s son autóctonos, con el alcance
de dicha palabra dentro de la relatividad histórica, o sea
que habitaron las provincias en que ahora viven, desde la
más lejana antigüedad, o a lo menos desde los inmemoriales
siglos en que hay que colocar la construcción del Tiahua-
naco. y esto es precisamente lo que contradicen y refutan,
con vehementes indicios, todos los datos de la primitiva
historia peruana.
Los aymaras no eran aborígenes del Collao, meseta en
que se hallan las ruinas del Tiahuanaco. Los cronistas es-
pañoles más abonados, como Cieza de León, certifican
que las dinastías de sus curacas o reyezuelos procedían del
norte de Chile i y que al llegar los jefes collas con sus
guerreros a las orillas del Titicaca, destruyeron o ahuyen-
taron a pobladores mas civilizados. La condición de inva-
sores explica en los aymaras la extraña situación de su
lengua, que es la de una verdadera isla, rodeada por todas
partes de dialectos quechuas, y cuya toponimía sólo rea-
parece en muy apartadas regiones, de preferencia por el
sur, hacia Atacama y Chile. La invasión explica también la
7 La onomástica de sus curacas y su territorio así lo indica.