El joven viajero había recogido su improvisado campamento, apagando bien el fuego y ocultando todos los restos de su estancia en el lugar. No deseaba que sus perseguidores lo encontraran, porque cualquier pista podía llevarlos hasta allí. Estaban aún muy lejos, pero pronto darían con su rastro en las montañas, y para ese momento esperaba estar ya dentro de la gran ciudad amurallada, encajada en las orillas abruptas de los dos brazos del río Dorado. Recordaba la aldea, y la confusión causada al escapar de allí. Los cazadores de cabezas habían llegado al atardecer. Esos miserables adeptos de Grom. Solo pudo escapar él. Las cabezas de los demás habitantes del pueblo estarían ahora colgadas como trofeos en los cinturones de aquellos demonios.
Partió en el acto, dejando que su caballo eligiera un trote ligero que lo llevaría raudo por la nieve hasta el fondo del valle. El bosque desaparecía a su paso para dar lugar a las primeras tierras de cultivo y a algunas casas abandonadas y derruidas. Ante sus ojos se mostraban las señales de la desolación que había aquejado a aquellas tierras. Los grupos de temibles secuaces del Grom habían destruido todo a su paso, quemando las aldeas y asesinando a todos los que se oponían a él. No debía quedarse allí, no era un sitio seguro para un hombre solo, aunque no sintiera miedo y supiera defenderse si era necesario.
La protección de las murallas de Aurintia, era un refugio seguro en aquella región del reino. Debía llegar cuanto antes, sobre todo antes de que tuviera que pasar otra noche a la intemperie. Con suavidad apretó ligeramente los flancos del caballo, que notó la presión y aceleró su paso, casi llegando al galope. El sendero se retorcía, dejando atrás las últimas manchas de nieve que ya se empezaban a descongelar del todo en la zona más baja del valle.
A lo lejos, se apreciaba un bulto oscuro que bloqueaba el camino. Una sombra oculta por los arbustos que flanqueaban el sendero. Con cautela, detuvo el trote de su montura, dejando que siguiera al paso mientras se acercaba al obstáculo. La oscura masa no se distinguía todavía bien. Por puro instinto tocó la empuñadura de su espada, sin llegar a sacarla de su funda. Solo como un acto reflejo ante una situación sospechosa. El caballo se mostraba receloso y no quería avanzar, temiendo algún peligro cercano. Con cautela desmontó, dejando a su fiel Zoral sujeto a la rama de un árbol. Debía tener cuidado, la ciudad estaba ya muy cerca, y las partidas de bandidos o de seguidores de Grom podían estar al acecho, esperando a algún viajero que entrara o saliera de la capital.
Vigilando los laterales del camino, se fue acercando sin dejar de mirar el obstáculo del sendero. Algo parecía moverse dentro de él, un leve temblor que le hizo sospechar. Con la punta de la espada empujó la piel que cubría el bulto y un gemido se escuchó proveniente del mismo. Un soldado malherido se encontraba abatido en medio del camino. Estaba muy mal, la vida se le escapaba
7 LibreFantasía/nro 3