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por las graves heridas que presentaba en su cuerpo. No durará mucho más, pensó, y le arrastró hacia un lateral para confortarlo con algo de agua y comprobar si podía moverlo para llevarlo a la ciudad.

El pobre soldado se quejó sin tener casi fuerzas. Movía la mano en señal de querer comunicarse, de que su benefactor se aproximara más para poder hablarle. El joven se acercó y pronto pudo escuchar algo que le alarmó profundamente.

-Debéis buscarlos enseguida... debéis detenerlos... avisad al senescal... -murmuraba el soldado, con el último hilo de voz que le quedaba.

-Ellos la tienen. Tienen la llave -repetía una y otra vez, sin que el viajero consiguiera entender a qué se refería.

-Tienen a la dama... rescatadla... rescatadla... -intentaba explicar, forzando su voz para que le pudiera escuchar.

-Tranquilizaos, señor. Bebed un poco, y explicaros mejor. ¿Quién es la dama que debo salvar? -añadió el viajero, dejando que el soldado bebiera el agua de su viejo pellejo.

-Mi nombre es Diomel de Estizia. Nada tenéis que temer de mí. Contadme qué os ha pasado y cómo puedo ayudaros.

El agua parecía haberlo transformado, se sentía mejor y más animado, dispuesto a explicar mejor los hechos que habían sucedido hacía poco tiempo.

-Soy un dragón del norte, un soldado de escolta que protegía, junto con el resto de mis compañeros, el traslado de la Llave del Destino. La llevábamos desde las minas de sal de Urbafyn, donde estuvo escondida durante siglos, hasta la ciudad de Aurintia. Las huestes de Grom la habían descubierto y ya no estaba segura en ese lugar. Había que trasladarla a otro más seguro, y nuestro señor el Maestro Quidias, guardián de la Llave, decidió sacarla de la mina... -se detuvo fatigado, intentando coger aire para seguir con su historia.

Diomel no le interrumpió, solo le acomodó más erguido sobre la piel enrollada, para que prosiguiera su relato.

-Los asesinos de Grom nos esperaban. Luchamos... todos luchamos como pudimos, pero eran muchos... muchos para detenerlos a todos... -se explicaba, dando ya muchas muestras de agotamiento.

Diomel no estaba seguro de que el soldado aguantara más y le indicó que debía dejar de hablar. Había decidido llevarlo a la capital, y allí podría escuchar el resto de la historia. Temía por su vida y eso era lo más urgente en ese momento.

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