Libre Fantasía Próximo Número | Page 39

Un bulto blanco, cubierto por la escarcha, se revolvía al lado del fuego que aún desprendía las últimas trazas de calor. Apartando una gruesa tela que lo tapaba, un hombre se desperezaba, después de una terrible noche azotado por el vendaval que había asolado todo el bosque. Se estiraba satisfecho al sentir sus brazos y piernas, y al notar cerca de sus manos el calor que emitía el escaso fuego de la hoguera.

Su caballo respiró fuerte, emitiendo una nube de vaho, dando señales de que la hora de partir había llegado.

El viajero se levantó, volviendo a estirar sus brazos y buscando de forma descuidada la espada que había dejado apoyada sobre su montura en el suelo. La sacó de su funda y la observó con los primeros rayos del sol que se filtraban entre las negras nubes. La formidable hoja de acero destelló al levantarla, haciendo que el hombre sonriera satisfecho. Ahora volvía a sentir que la sangre corría de nuevo por su cuerpo, blandiendo su arma en el aire contra decenas de hipotéticos enemigos que aparecían a su alrededor.

Un leve relincho le volvió a traer a la realidad, enfundando la espada y acercándose al impaciente caballo que lo reclamaba.

-Nunca molestes a un guerrero cuando se enfrenta a los temibles demonios de la noche, precioso Zoral, o le podrás despistar y hacer que sea derrotado -le susurró, bromeando, mientras acariciaba su crin y le frotaba el hocico.

-Debemos partir ya para la ciudad del árbol dorado, para Aurintia, la capital donde probaremos fortuna, mi impaciente Zoral.

El caballo agitó su cabeza, relinchando agradecido por las muestras de afecto de su dueño.

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LA LLAVE DEL DESTINO

L

a tormenta parecía cesar del todo, después de golpear con fuerza toda la ladera de la montaña y cubrir con un manto blanco las aldeas que se extendían a sus pies por todo el valle. El aire frio cesaba poco a poco y la temperatura del día comenzaba a templarse, haciendo que el caballo se sacudiera, aterido aún por la helada nocturna.