La benevolencia de los dioses provocó la creación de un niño con el «don» de la pureza en su espíritu. Un niño que nacería sin habilidades excepcional y que sería entrenado por los más fuertes en los distintos artes del combate.
«El que no tenga una turbación en los cristales rojos de sus venas, será el único capaz de aplacar el rugir del rey volador»
Aquel niño había nacido con un sexo diferente al predicho. La profecía ya no versaba sobre un varón, sino sobre una mujer, que vio la luz del amanecer teniendo el destino marcado.
—Dentro de unas horas será el momento de partir a la montaña del dragón, donde tendrás que cumplir tu destino —le explicó su padre, mientras las sirvientas les servían los últimos alimentos que compartiría con su familia. Su madre no los acompañaba, ella, víctima del dolor, se había quedado en la habitación de su hija, llorando amargamente por su partida—. Tendrás que encontrarle con él en la cima, porque si llegas a dejarlo escapar, estaremos perdidos.
—Lo entiendo padre –le dijo mirando el plato que pusieron frente a ella–, yo lo derrotaré y volveré, te lo prometo –ella dirigió el rostro hacia su padre, quien al igual que siempre, la observó con frialdad.
—Espero que sí –aunque él era consciente de que eso no sucedería.
Ningún guerrero consiguió vencerlo definitivamente, solo lo herían lo suficiente para dejarlo abatido y obligarlo a encerrarse en una coraza irrompible durante muchos años. Lo máximo que llegaron a abatirlo fueron doscientos años, cuando los dioses permitieron que nacieran dos guerreros en un mismo siglo.
—Padre ¿Cuantos guerreros volvieron después de vencer al dragón? –Hizo la pregunta que nunca antes había conseguido formular por temor a oír algo terrible para su corazón.
—Hasta este siglo, ni uno solo ha conseguido regresar, espero que tú seas la primera —musitó agachando la cabeza, aguantando las lágrimas que amenazaban con desbordarse de sus ojos—. Termina de comer y alista las provisiones para tres días de viaje... —habló el hombre, levantándose de su silla y dejando a la joven elegida en completa soledad.
A veces maldecía no tener poderes como los demás…
Las horas pasaron lentamente y con ello las antorchas de despedida se encendieron en su honor. Los guerreros elevaron las manos y juntando aire y fuego, dibujaron un gran fénix que representaba su valentía. La multitud concentrada frente al castillo perteneciente a su familia, cantó para ella rimas cargadas de buenos deseos y respeto.
La joven, convencida de lo que representaba para ello, subió a su caballo y galopó a toda prisa, y sin volver el rostro hacia ellos, la elegida emprendió su marcha a la montaña, donde el adormilado ser, la esperaba.
6 LibreFantasía/nro 2