26 LibreFantasía/nro 2
Se quitó las zapatillas, las arrojó lejos y se zambulló de un clavado. Con potentes brazadas, se alejó rápido de la orilla. Entonces, se detuvo ya que sintió que la pulsera quemaba su piel. Y al mismo tiempo, el rencor fue apoderándose de su corazón. Miró hacia atrás, vio a Greg todavía sobre la arena, frunció el ceño y decidió que ese era el momento. Podría sumergirse y alejarse de aquel lobo mentiroso. Jamás volvería a encontrarlo, pero entonces, cerró los ojos y buscó resistirse a aquella magia:
<<La misión… el cofre. Debo pensar en la misión primero. Luego, sí me iré y no volveré a saber más de él>>, decidió.
Mientras, ya descalzo, Greg aseguró la mochila a su espalda y se acercó a la orilla:
<<No necesitas al otro. Tú llevas el cofre>>, se imaginó la voz de su padre.
Dudó. Era su oportunidad, podría tomar otro camino y seguir la voluntad de su padre. Pero al ver a su amado nadando, alejándose de él, sacudió su cabeza para quitarse esos malos pensamientos y también se zambulló en el río.
A pesar de ser buenos nadadores, tuvieron que luchar con poderosas brazadas contra la corriente que arrastraba troncos y ramas.
Al fin, llegaron chorreando a la otra orilla. De inmediato, se pusieron alerta antes de adentrarse en esa parte del bosque. Allí, el verde había sido suplantado por un negro marchito e imperaba un hedor nauseabundo, mezcla entre cebollas y vino rancio. Tiempo atrás allí hubo una batalla entre magos y licántropos. Y los magos habían tomado ese lugar como su cementerio.
Retomaron la carrera. El camino era mucho más difícil. Aquí y allá, los esperaban ramas traicioneras, pozos cubiertos de hojas y telarañas repletas de arañas ponzoñosas
De pronto, Aldo, quien iba adelante, gritó:
―¡No sigas, Greg!
El otro, horrorizado, se detuvo. Abrió la boca como un túnel al advertir que, a pocos metros, Aldo estaba hundiéndose en el suelo arrastrado por unas sombras, como tentáculos, que se enroscaron en sus piernas. No podía moverse ni evitar ser tragado por aquellas arenas movedizas mágicas.
―¡No te muevas, Aldo! ¡Voy por ti! ―prorrumpió Greg. Desesperado, con la respiración acelerada, observó los árboles y sus ramas, sobre todo, los que estaban sobre el otro licántropo.
―¡Vete! ¡Lleva el cofre a la manada! ¡Es lo que importa! ―ordenó Aldo mientras luchaba por zafarse de los tentáculos mágicos, como si enfrentara boas enormes. Ya se había hundido hasta el pecho.