Libre Fantasía Abril 2017 | Page 24

―Igual, te puedo dar una buena paliza si quiero.

―Haz la prueba.

Aldo arrojó sus presas al suelo y derribó a Greg aferrándolo de la cintura. Entre carcajadas, comenzó a darle golpes. Greg se cubrió y también rio, hasta que logró tomar a su oponente de los brazos. Se miraron a los ojos y se besaron. Greg lo acarició con pasión, deleitado con esa piel del color del ébano…

Greg volvió de sus recuerdos y vio que Aldo iba corriendo delante a toda velocidad. Tras una exhalación, lamentó que llevasen peleados más de un mes. Es que su relación fue siempre un secreto. Cuando estaban en el bosque, eran pareja; pero al llegar a la manada, tenían que comportarse como extraños. Al principio, Aldo lo aceptaba; pero con el tiempo, quiso dejar de esconderse entre los árboles como criminales. Los licántropos no tenían problemas en aceptar ese tipo de relaciones, pero sí el padre de Greg, el lobo beta de la manada.

―Él jamás aceptaría esto. Soy su único hijo. Quiere tener descendencia ―respondió aquella vez Greg, ambos sentados junto a un río.

Aldo no quitó la vista del agua que arrastraba una botella de plástico:

―Entonces, lo nuestro terminó, Greg. No puedo seguir con esto.

Sin decir más nada, dándole la espalda, agarró su arco y se perdió entre los árboles. Y desde entonces, apenas se hablaban lo necesario. Eran completos extraños. Pero cuando la manada fue arrasada por los pajarracos, fueron los únicos cazadores que quedaron con vida. Así fue que el anciano lobo alfa les encomendó esa misión.

Al fin, estaban llegando al puesto 3 del Este. Entonces, a los pocos metros, Aldo abrió los ojos en redondo, preocupado, ya que además del olor a lobos del puesto de rescate, percibió el de madera chamuscada. Apuró el paso y descubrió que el lugar había sido arrasado por un incendio.

Aldo chequeó su reloj y luego respiró profundo:

―Igual, encontraremos la muerte cuando anochezca. Así que mejor intentarlo ―comentó ya decidido. No temía por él, sino por toda su manada y por Greg, por supuesto. Lo extrañaba tanto. Esa separación era muy dura, le costaba mostrarse tan frío; pero sabía que debía olvidarse de él y rehacer su vida. Y al pensar en ello, tomó una pulsera de su bolsillo confeccionada con hilos negros y piedras enzarzadas. La dio vueltas entre sus dedos con indecisión hasta que Greg lo sacó de sus pensamientos.

―Tienes razón, Aldo. Iremos al sur. Cumpliremos la misión o moriremos en el intento ―asintió Greg y al mirarlo, con el corazón martilleando su pecho, tomó aire y balbuceó―. Aldo…

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