lhbgcp | Page 53

EVENTOS dejar bien arreglado su puesto, limpiar el armamento con esmero, participar en extenuantes marchas de campaña, enfrentar a díscolos caballo en las clases de equitación y tratar de recuperar las energías perdidas con el “rancho” que en la mayoría de las veces distaba mucho de poder llamarse alimento. A ello habría que agregar que el descuido en los estudios podría significar la perdida de la salida o en el peor de los casos, la repetición en el periodo de verano. Sobre este telón de fondo se desplego la formación ético-policial y humanística impartida por los instructores y la plana de profesores civiles. Hasta hoy recordamos estas sentencias como si fuera ayer. Que el honor como divisa de la institución no es un valor agregado sino un valor en sí mismo, suma y síntesis de todas las virtudes del policía. Que el servicio, es un acto de entrega a los demás, por lo que debe ejercitarse con dignidad, prudencia y firmeza y que nadie debe aspirar a más, que no sea la satisfacción del deber cumplido. Que las primeras armas del policía deben ser la persuasión y la fuerza moral porque las actitudes violentas deslegitiman su autoridad. Que la vara de la justicia solo puede ser doblada por el peso de la misericordia pero jamás por el de la dadiva. Que la policía debe ser siempre un pronóstico feliz para el afligido y, que su consigna permanente deber tener como norte la dignificación de la institución. La Planta Académica, también aportaba por parte de los señores catedráticos, similares enseñanzas. “Nuestros padres nos han hecho libres, pero a nosotros corresponde hacernos grandes”. “En el camino del éxito, no hay límite final”. “Aun la jornada más larga empieza siempre con el primer paso”. “No hay más diferencia entre los hombres que al talento y la virtud”. “A la Patria debemos amarla, no porque es bella si no porque es nuestra” Que nuestro esfuerzo y sacrificio pueden en el futuro transformarnos en personas acaudaladas, pero jamás deberá el dinero constituir la única aspiración en la vida y así sucesivamente con insumos intelectuales de esa categoría, la vieja escuela de la Av. De los Incas pretendió siempre el logro del cadete ideal: un joven peruano físicamente apto, intelectualmente hábil y moralmente intachable, valioso precursor del futuro ofici