EVENTOS
dejar bien arreglado su puesto, limpiar el armamento con esmero, participar en extenuantes marchas de
campaña, enfrentar a díscolos caballo en las clases de
equitación y tratar de recuperar las energías perdidas
con el “rancho” que en la mayoría de las veces distaba
mucho de poder llamarse alimento. A ello habría que
agregar que el descuido en los estudios podría significar la perdida de la salida o en el peor de los casos, la
repetición en el periodo de verano.
Sobre este telón de fondo se desplego la formación
ético-policial y humanística impartida por los instructores y la plana de profesores civiles. Hasta hoy recordamos estas sentencias como si fuera ayer.
Que el honor como divisa de la institución no es
un valor agregado sino un valor en sí mismo, suma y
síntesis de todas las virtudes del policía.
Que el servicio, es un acto de entrega a los demás,
por lo que debe ejercitarse con dignidad, prudencia y
firmeza y que nadie debe aspirar a más, que no sea la
satisfacción del deber cumplido.
Que las primeras armas del policía deben ser la persuasión y la fuerza moral porque las actitudes violentas
deslegitiman su autoridad.
Que la vara de la justicia solo puede ser doblada por el peso de la misericordia pero jamás por
el de la dadiva.
Que la policía debe ser siempre un pronóstico feliz
para el afligido y, que su consigna permanente deber
tener como norte la dignificación de la institución.
La Planta Académica, también aportaba por parte
de los señores catedráticos, similares enseñanzas.
“Nuestros padres nos han hecho libres, pero a nosotros corresponde hacernos grandes”.
“En el camino del éxito, no hay límite final”.
“Aun la jornada más larga empieza siempre con el
primer paso”.
“No hay más diferencia entre los hombres que al
talento y la virtud”.
“A la Patria debemos amarla, no porque es bella si
no porque es nuestra”
Que nuestro esfuerzo y sacrificio pueden en el futuro transformarnos en personas acaudaladas, pero jamás deberá el dinero constituir la única aspiración en
la vida y así sucesivamente con insumos intelectuales
de esa categoría, la vieja escuela de la Av. De los Incas
pretendió siempre el logro del cadete ideal: un joven
peruano físicamente apto, intelectualmente hábil y
moralmente intachable, valioso precursor del futuro
ofici